jueves, febrero 12, 2015

La distancia de la cercanía



Vicente Herrera Márquez


—Hola, ¿Estás por ahí? —se oye una voz por los parlantes— ¿Podemos conversar?
—Hola… sí claro que podemos conversar —responde otra voz— ¿Quién eres tú?
—Tal como lo ves escrito, soy la Flaca.
—Hola Flaca, y tal como ves escrito, yo soy el Viejo.
—Hooola Viejo ¿Cómo estás?
Así comenzó la historia...
Se conocieron chateando por Internet,  por medio de un programa de voz.
El tiene por seudónimo: Viejo, Ella: Flaca. Viven en la misma ciudad aunque en barrios distantes uno del otro.
Ella, estudiante de literatura, veinticinco años. Él, escritor, hombre ya con bastantes años, sesenta o un poco más.
De inmediato entre ellos se establecen lazos de confianza, que se nota  no es fingida por ninguno de los dos. Es bien sabido que en  este tipo de comunicación a través de Internet el anonimato y las distancias dan para muchas cosas, entre ellas, mentiras, fantochería, falsedad, engaño y otras situaciones que de frente y a cara descubierta una gran mayoría no las diría ni las haría.
Inmediatamente esa confianza y afinidad los llevó a expresarse con naturalidad, espontaneidad y sobre todo con verdad.
Ella contó en que barrio de la ciudad vivía, la carrera que estudiaba, el nombre de la universidad en la cual lo hacía, sus gustos y sus planes futuros. Contó que salía hace ya un tiempo con un compañero de carrera y que incluso estaban haciendo planes para casarse al terminar sus estudios.
Ella  no está muy segura de que lo que estudia sea su verdadera vocación, pero de todas formas le cuenta que  su interés es el arte y en este caso la literatura.
Él le contó que escribe cuentos, poemas y narraciones de pasajes o vivencias reales hechos ficción. Cuando ella le preguntó la edad, estuvo a punto de mentir y olvidarse de unos cuantos años, pero recapacitando optó por la verdad, le cuenta que tiene 63 años y es jubilado, diciéndole además que de da su verdadera edad para que ella sepa con quien está hablando y presumiendo que los temas de conversación pueden no tener afinidad a pesar del interés de ambos por la literatura, pero con una diferencia considerable en la edad. Generalmente cuando uno busca en forma conciente y responsable con quien tener comunicación por Internet busca personas que además de tener afinidades tengan una edad más o menos parecida. No así para aquellos que solo buscan diversión y engaño a través de la red.
Él le cuenta que tiene un sitio en Internet donde vuelca todas sus inquietudes literarias y le da la dirección virtual para que ella lo visite.
Después de conversar por unos diez minutos más se despiden y ambos se prometen que se van a volver a encontrar en la virtualidad de Internet.
—Chao Flaca.
—Chao Viejo.

—Hola Viejo.
—Hola Flaca ¿Cómo estás?
Es ella la que vuelve a entablar conversación, ha pasado como una semana desde que se conocieron.

Ella le cuenta que ha estado leyendo los poemas que él escribe en la página de internet y también los  cuentos y tanto poemas como cuentos la han cautivado y poco a poco van haciendo de esto el principal tema de conversación, además de trivialidades y algunas bromas que nacen de la propia afinidad que se va dando entre ellos.
Poco a poco con los días, las conversaciones y además la lectura de poemas y cuentos, ella cree que se siente atraída por él y se va enamorando del viejo escritor, que para ella pasa a ser el mejor de todos, muy a pesar de los Benedetti, los Cortázar, los García Márquez, los Neruda y otros más. Y con ese sentimiento que crece se olvida de diferencias incluso de la edad.
Continuamente chatean, prácticamente todos los días. Ella insistentemente busca la forma de conocerlo, el siempre busca pretextos para que aquello no ocurra, aunque en el fondo de su ser quisiera que este encuentro fuera realidad, pues no puede desconocer que su macho semidormido algo está sintiendo por aquella joven mujer.
Él siempre le hace notar las diferencias, ella no quiere entender e insiste en que se vean.
Le pide dirección y que si no se la da amenaza con no llamar más, ella también se da cuenta de la atracción que ejerce sobre el escritor.

—Hola Viejo.
—Hola Flaca hermosa.
—Chao Viejo.
—Chao Flaquita.

—Hola Viejito, quiero verte.
—Hola Flaquita, hoy no, otro día.
—Chao, mi viejito lindo, quiero verte.
—Algún día Flaquita, algún día.


Él se cuestiona por qué no acepta lo que ella pide, ya que si bien tiene sus años, no se siente viejo y quisiera vivir los últimos estertores de juventud y que mejor con una mujer joven, apasionada, enamorada y que es dueña de sus actos.
Mientras todo esto se va desarrollando ella sigue viendo aunque en forma más distante al joven compañero de curso con el que anda desde hace ya  dos años. Por su lado el viejo escritor no ha dejado de ver a la mujer que lo ha acompañado por los últimos años, mujer también bastante menor que él, divorciada y con hijos grandes. No hay noche en que esté con ella, una a la semana, en que no piense que está con su joven enamorada, por otro lado su pareja tiene una hija también de 22 años igual que la chica de internet...
La joven estudiante está decidida a conocer a su escritor y con los datos que ha ido sacando de las conversaciones y algunos datos de la red, se ha hecho un idea de donde vive aquel y con una compañera que sabe se sus  cuitas idean un plan para llegar hasta el escritor.
En un plano de la urbe donde viven, por descarte y por intuición femenina según ella, demarcan un sector de la ciudad en el que está segura que vive él.
El plan consiste en hacerse pasar por encuestadoras puerta a puerta, de hábitos de la población con preguntas como en que ocupan el tiempo libre, gustos, hobbies, intereses intelectuales, uso del computador, internet y redes sociales, que ven en televisión etc.
Recorren el sector seleccionado entrevistando familias, jóvenes y mayores, viudas y solteronas que viven solas, viejos jubilados que también viven solos, siendo en estos últimos casos cuando ponen mayor interés y dedican más tiempo.
Pasan los días y no lo encuentran, pero ella no quiere detenerse  a pesar de todas las excusas y disuasiones de su amiga y compañera, ella sabe y asegura que ese día lo van a encontrar y así van pasando los días. Su compañera parece estar más cuerda y segura de que es muy difícil que logren lo paneado, además es varios años mayor y con más experiencias.
Cuando chatean por las noches ella le asegura que se van a conocer y pronto, que ella le dará una sorpresa y que puede ser en cualquier momento, por lo tanto que esté preparado.
Esto a él no lo dejaba indiferente y en su fuero interno se producía una lucha sin cuartel entre el hombre maduro y reposado y aquel con arrestos de juventud e ímpetus de macho y ya se imaginaba que si ese momento llegaba como lo enfrentaría, se preguntaba quien vencería el maduro o el, aún, fogoso.

Tocan la puerta, dos hermosas muchachas, una muy joven y la otra un poco mayor, que se identifican como encuestadoras de una universidad, solicitan ser recibidas.
Después de darse cuenta de que no son vendedoras o promotoras de ilusiones, religiones o planes telefónicos las invita a pasar, no sin antes decirles en tono de broma que vive solo pero que no tengan ningún cuidado, se declara tranquilo, serio y además inofensivo.
Quien las recibe es  un hombre canoso, de edad indefinida, muy amable y que las hace sentirse muy cómodas.
Se nota un hombre educado, viste modestamente pero casi elegante, estatura regular delgado y con ciertos ademanes torpes que denotan nerviosismo.
Ellas preguntan por los gustos de él, sus pasatiempos, en que trabajó en su juventud, si le gusta la lectura, si alguna vez  se le dio por escribir sus memorias, su opinión sobre la computación y otros temas.
La entrevista se alargaba más allá de lo acostumbrado, ella nerviosa presentía que estaban en el lugar al que quería llegar. Ella dejaba entrever algo de sus gustos propios y sus intereses para ver las reacciones del hombre y así siguieron hablando y hablando y haciendo preguntas.

El las invitó a tomar una taza de café, nunca habían aceptado ninguna atención en las decenas de casas que habían visitado, aquí fue la excepción.
El sirvió café y galletitas, las atendió en forma extremadamente amable, sobre todo con ella, ella se dada cuenta de que él la miraba en forma muy especial lo que no hacía con su compañera. Sí, aquí era su puerto de destino y desembarque, estaba segura.
Muchas, mejor dicho, casi todas las respuestas coincidían con lo que ella quería escuchar, expresamente dejó para lo último las  preguntas que le darían la respuesta esperada.
Era ella la que hacía las preguntas y su compañera escuchaba y escribía o parecía que escribía.
—¿Le gusta leer?
—Sí, mucho, leo de todo.
—¿Le gusta la poesía?
—Sí.
—¿Ha leído poesía de Neruda?
—Claro que sí, es el poeta que más me gusta  —dijo él mirándola a los ojos—. Si quieres te recito un poema.
—¡Sí, sí por favor! —respondió ella nerviosa y sonrojada, mirando a su amiga como diciéndole— ¡Es él!
—“Desde el fondo de ti, y arrodillado,
    Un niño triste como yo nos mira”
Y él recitó completo ese gran poema de Neruda titulado “Farewell” (Adiós, despedida)
Ella ya no cabía en sí, exaltada y con euforia disimulada miraba a su amiga, lo miraba a él, miraba a su amiga y no sabía dónde más mirar.
Él un poco cohibido después de recitar Farewell se sintió arrepentido de su entusiasmo y pensó que no debiera dar a conocer sus gustos y preferencias íntimas.
—¿Que hace en sus ratos libres.
—Veo televisión.
—¿Qué ve?
—Noticias, futbol, programas de entretención y casi todos los programas de farándula, me llevo el día en eso.
—¿…….? —perpleja miró a su amiga.
—¿A qué hora escribe?
—No, yo no escribo.
—¿Y entonces?
—¿Entonces qué?
—¿Tiene computador?
—No,  y creo que nunca voy a tener, a mi edad eso ya no es para mí, además no sé nada de computación, internet y eso que hoy llaman redes sociales, correo electrónico, chateo y no sé cuántas cosas más que para mí son chino.                                                             .
La taza cayó sobre la mesa y el poco de café que quedaba en ella se derramo sobre el papel donde escribía  su compañera encuestadora.
Ella, rápidamente pasó del entusiasmo y la euforia a una desilusión inesperada y el rojo del entusiasmo en su rostro a una palidez casi cadavérica.
Miró a su amiga como diciéndole que ella siguiera con la conversación. La amiga entendió muy bien la mirada y se puso de pie diciendo que ya se les estaba haciendo tarde y tenían que hacer otras visitas, agradeció la buena disposición a la encuesta y además la atención brindada y se retiraron.
Mientras esperaban el autobús que las llevaría a su barrio  ella, con cara de tristeza le dijo a su compañera:
—Me hubiera gustado enormemente que el último hombre que entrevistamos hubiera sido mi amor virtual,  puesto que así lo he  idealizado en mis sueños, eso sí, sin esos gustos de televisión y esa ignorancia en computación, internet, redes sociales, chateo y todo eso.
Su compañera le dijo:
—Amiga, me vas a perdonar, pero ya no te voy a acompañar más en tu aventura, me he convencido que nunca lo vamos a encontrar.
—No importa   —dijo ella—  pediré a alguien que me acompañe y si nadie quiere hacerlo seguiré sola hasta encontrarlo, igual quiero que sepas que agradezco tu ayuda amiga.
—Desiste amiga enamorada de un imposible, desiste, no lo vas a encontrar, olvídalo, yo sé que no lo vas a encontrar. Te puedo asegurar que es posible que haya sido todo una mentira… aunque mejor piensa que fue un sueño.

Por la ventana de su departamento del tercer piso él observó como las dos jóvenes  subían a un autobús, ella fue la primera en subir, la compañera de más edad, antes de subir se detuvo unos instantes y miro fija y detenidamente hacia aquella ventana como sabiendo que eran observadas, luego levantando levemente su mano derecha hizo movimientos como diciendo:
—Adiós amigo, entendí todo muy bien, siga escribiendo, yo también lo voy a leer y es muy posible que algún día de estos lo venga a visitar —e inmediatamente subió al autobús que se perdió al final de la calle.

Él se alejó de la ventana, se sentó en su silla giratoria pensando en todo aquello que había sucedido. Luego de tomar una taza de café bien cargado se puso a escribir y sin dejar de hacerlo hasta terminar, llegó al final del cuento que tenía esbozado en su computador: “El viejo y la flaca” no sin antes  cambiar el título a “La distancia de la cercanía”

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