Vicente Herrera Márquez
A raíz de que un grupo de amigos kiltrenses (Amigos pertenecientes a una cofradía literaria) tuvieron que abandonar abruptamente su expedición por la cordillera del norte de la provincia de Neuquén en Argentina, huyendo despavoridos del enojo del volcán Domuyo y dejando abandonadas algunas pertenencias en el lugar, es que me propuse dado que de que vivo relativamente cerca del lugar, hacer un viaje rápido de fin de semana para ver si podía rescatar aquello que abandonaron o cualquier otra cosa que con el apuro pudieran haber perdido y que sea de necesidad para ellos.
Para el día sábado se había anunciado un sol de
primavera que entibiaría Santiago de Chile y varias regiones más al sur, aunque
estamos en pleno invierno. Cargué en mi pequeño auto ropa térmica especial para
esos parajes de cordillera, zapatos o mejor dicho botines para montaña, un
termo grande con café, carpa tipo igloo, algunas barras de chocolate, saco de
dormir, cámara fotográfica, el notebook con dos baterías cargadas y lo más
importante para estar en la montaña: un par de botellas de vino tinto cabernet
souvignon. Lo que faltara lo compraría por el camino antes de empezar a subir
los cerros de la cordillera de Neuquén.
Como mi auto es pequeño y de poca cilindrada ya el día
anterior había conversado con una hija que tiene una camioneta moderna doble
cabina y tracción 4 x4 para hacer un cambio por unos días, yo le dejaba el
coche y ella me facilitaba la camioneta. Ya cargado con todo lo que iba a
llevar me fui hasta la casa de ella. Hice el cambio de carga, le deje el coche
y con las recomendaciones de que me cuidara en el camino, manejara con cuidado
y de que no tomara mucho, partí en demanda
de la autopista hacia el sur, no sin antes pasar a llenar el estanque de
combustible.
Como dije, el día prometía ser primaveral y la hora
era muy temprano en la mañana, recién estaba amaneciendo, era de esperar que se
cumplieran los pronósticos. Llegué a la autopista y apreté el acelerador hasta
120, la velocidad máxima permitida, para que arriesgar una multa. También puse
el mp3 donde tengo como 120 canciones de
Elvis para que me acompañe en este viaje en estos días en que recordamos al
Rey.
Santiago y corriendo hacia el sur, Rancagua, San
Fernando, Curicó, Talca, Linares, Chillán, Los Ángeles, desde aquí, al este
rumbo a Antuco, Chacay, Los Barros, cordillera de Los Andes, Paso fronterizo
Pichacén, y ya estoy en Argentina, las
cinco de la tarde y cielo nublado, amenazando lluvia.
Quiero llegar a Chos Malal el pueblo más grande de esa parte de la provincia de Neuquén,
buscar una hostal y comer, pues vengo con bastante apetito, sólo he comido un par de emparedados y galletitas y como
tres litros de bebida gaseosa, luego dormir para salir temprano rumbo norte con
dirección a Aguas Calientes o las
renombradas Hoyetas bramadoras del Domuyo. Se pronosticaban fuertes nevadas
para esa zona en tres o cuatro días más, por eso mi propósito era no estar más de
dos días buscando el abandonado campamento de mis amigos y volver. Llené el
estanque de combustible más dos bidones metálicos de 25 litros cada uno, en
esos parajes nunca se sabe lo que puede pasar.
Bueno, tratando de abreviar antes de que comience a nevar.
Gracias a que se me ocurrió ir en la 4 x 4 ya antes del mediodía siguiente
estaba buscando indicios que hubieran dejado mis amigos. No costó mucho
encontrar rastros, lo primero fue gran cantidad de unas tortas de estiércol que
no podrían ser de otro animal que del camello de uno de los excursionistas,
puesto que vacas no había en esos parajes, también una cantidad de bolas de
arroz quemado casi del tamaño de una pelota de tenis, era el arroz que cocinaba
para todos una de las excursionistas de nacionalidad española, “especialista”
en arroz
Cómo ya estaba en el lugar preciso antes de seguir y
como mi intención era por lo menos pasar una noche en el lugar, preferí armar
la carpa, extender el saco de dormir, sacar lo que había llevado para beber
desde Santiago y lo que había comprado para comer en Chos Malal, empanadas,
carne de cordero, carbón por si no encontraba leña, café, sal para el asado,
azúcar para el café, pan y también una pequeña parrilla para asados que siempre
anda en la camioneta.
Una vez armada la carpa y dispuesto la carne para
asarla me senté en una piedra grande y descorché una botella de vino, con un
vaso desechable de esos que también siempre andan en la camioneta me dispuse a
hacer un brindis por mis amigos y por la tierra, por la Pachamama, cosa que
ellos no hicieron, por eso se enojó con ellos. Mientras bebía veo entre algunas
pequeñas rocas algunas botellas plásticas de bebidas cola vacías, al acercarme
vi que bajo ellas también habían varias que aún no se habían abierto y también había
botellas de tequila, de jerez, de ginebra, ron, gin y todas estaban con licor,
algunas con un cuarto otras media y alguna casi llena y mirando alrededor vi,
sin mentir, creo que una veintena de botellas de estos licores vacías, lo que
me hizo suponer que las fiestas habían sido bien regadas.
Mientras buscaba algo de leña para hacer el fuego de
repente me llamó la atención algo brillante en el suelo que estaba
semienterrado, lo que menos podría pensar que allí iba a encontrar, lo recogí y
lo eche a un bolsillo de la casaca que llevaba puesta, para revisarlo más
tarde.
Estaba muy rico el cordero, hacía años que no comía
cordero argentino, así que entre el cordero y el vino me dio sueño, me senté en
la camioneta escuchando a Elvis y me quedé dormido y en el sueño profundo
comenzaron a entrar mis amigos escritores-excursionistas, llegaron todos, cinco
mujeres y cuatro varones además de un camello y una hormiga, estos dos últimos
sendas mascotas de dos de ellos. Estuvieron un rato conmigo contándome de su
estadía y de lo bien que lo estaban pasando, luego las mujeres tomaron sus
toallas y dijeron que se iban a un arroyo de aguas calientes que corría como a
cincuenta metros de allí y los hombres llevando un par de botellas de ron, bebida
cola de 2 litros y varios vasos desechables de los que yo había traído se
fueron en dirección contraria llevando con ellos a la hormiga y el camello,
mientras se alejaban iban discutiendo en forma acalorada sobre unas apuestas…
Con el rock de la cárcel me despertó Elvis y me puse a
pensar en el sueño que había tenido, me tomé un café bien cargado y salí a
recorrer. Me fui en la dirección hacia donde habían ido los hombres en el
sueño, caminé unos doscientos metros y llegue a una explanada tras unas grandes
rocas donde se notaban muchas huellas del camello, de la patineta que alguno de
ellos llevaba a todas partes y también
una especie de cancha de tenis. Encontré varias pelotas de tenis, una
paleta rota, varias botellas vacías y lo que más me llamó la atención varios
dados y muchas cartas de una baraja española desparramadas entre rocas y
matorrales y un trozo de cartón donde había varias anotaciones de juego de dados y de naipes, parece que
estaban en lo mejor jugando cuando comenzó la erupción. Recogí todo lo que allí
había y lo puse en una bolsa plástica que encontré. ¿Estarían jugando por
dinero? ¿Qué más podrían estar jugando estos cuatro muchachos?
Volví al campamento, dejé lo que había recogido y me
fui en busca del arroyo de aguas calientes, efectivamente, tal como en el sueño
como a cincuenta metros corría un arroyo de aguas bien calientes, lo primero
que encontré fue un sombrero blanco, y un poco más allá entre las rocas habían
prendas como faldas y jeans, también blusas y ropa interior femeninas de
distintos colores, de marcas como Dulce Carola, Caro Cuore, Panache, Freya y
otras que no recuerdo, de tallas 36, 38, 40 y copas B y C, tamaños que calculé
de acuerdo a mi experiencia. Y también parece que allí estaban todas sumergidas
en el agua cuando sobrevino la erupción y salieron despavoridas sin acordarse
de recoger ni siquiera las prendas, me las imagino a todas corriendo envueltas
en sus toallas. Recogí todo y no miento que, mientras lo hacía, imaginaba cinco
bellos cuerpos desnudos disfrutando de
las bondades de las aguas termales.
Llegue al campamento, ya estaba oscureciendo y el frío
se hacía sentir, como había recogido leña y además tenía carbón hice una fogata
para que se mantuviera toda la noche, calenté el cordero que estaba en la
parrilla, me serví un vaso de vino, le di más volumen a Elvis y mientras comía
y bebía me puse a pensar que si soñé con mis amigos y el sueño me ayudo a saber
que hacían de día, era posible que en la noche mientras yo duerma puedan venir
de nuevo a mi sueño y me den indicios de lo que hacían de noche.
Como a las diez, después de beber toda la botella de
vino, reavivar el fuego, apagar la radio y disponerme a ir a la carpa a
acostarme comenzaron a sentirse unos fuertes ruidos y temblores que realmente
me asustaron. Muy acostumbrado a temblores y terremotos puedo estar, pero de
que les tengo temor y respeto, les tengo.
Me acordé que había leído algo referente a esos
temblores y que el Domuyo en realidad no es un volcán, sino que esos temblores
o bramidos son producidos por la acción geotérmica del sector, por eso las
hoyetas que braman, hierven y expelen agua. Pero yo solo en esos parajes, con
ganas de vivir un poco más o por lo menos alcanzar a entregar a mis amigos lo
que encontré y además pensando en la
camioneta de mi hija es que decidí salir de allí inmediatamente, junté todo lo
que había recogido, las cosas que yo había traído, el saco de dormir, la carpa
y la parrilla, acomodé todo en la camioneta y el cerro seguía bramando y me
imaginaba a mis amigas desnudas en el arroyo de agua caliente y mis amigos
huyendo de le juego dejando allí tirados los dados, los naipes y el cartón
donde anotaban las apuestas…
Pero la noche era una boca de lobo, amenazaba lluvia,
los caminos no son muy buenos y como que me acostumbraba al bramido del cerro
decidí esperar la mañana, subí a la camioneta, saque una barra de chocolate y
entre bramidos, temblores y chocolate esperé que llegara el sueño.
A pesar de todo dormí, pero no soñé, es decir soñé,
pero no con mis amigos excursionistas, sino que, con una chica argentina de un
poco más al sur que hace mucho tiempo fue un volcán en mi camino. De todas
formas me habría gustado que hubieran venido en sueño mis amigos y me mostraran
lo que hacían en esas noches de frío en la montaña.
Al despertar el cielo seguía encapotado, se sentía
mucho frío, hice arrancar el motor, encendí la calefacción, le di volumen a
Elvis, comí un buen trozo de chocolate y tomé café para entrar en calor. El
cerro estaba calmo y tranquilo y de repente me acordé de algo que había
encontrado y tenía guardado en un bolsillo. Lo busque, lo limpie y vi lo que
era. Era una tarjeta de memoria de una cámara fotográfica.
Mientras comía chocolate y tomaba café saqué el
notebook lo encendí puse en el lector de tarjetas la tarjeta encontrada y había
allí gran cantidad de fotografías de todos mis amigos expedicionarios, cuando
se juntaron, cuando iban en un autobús desde Neuquén hasta Chos Malal, de la larga caminata hasta el lugar donde
acamparon y de muchas situaciones jocosas y entretenidas de la estadía, incluso
del ultimo día cuando se bañaban en esa pequeña piscina del arroyo, tal como yo
las había imaginado. Algunas fotos estaban borrosa, otras estaban veladas, y
encontré algunas de aquello que no alcancé a soñar, pero esas fotos mejor las
voy a velar yo, son situaciones muy especiales, particulares e íntimas que
deben mantenerse en el ámbito privado, solo ustedes amigos se acordaran como se
entretenían en esas frías noches, es cierto ahora también lo sé yo, pero por mí
pierdan cuidado: Soy una tumba sellada para siempre. (Mientras no tome más de
una botella)
Lo que sí me llamó la atención son unas tomas (Que no
voy a borrar) de un juego muy especial, incluso hasta podría calificarse de
extraño, irreverente para algunos, de
mal gusto para otros, alguien incluso podría calificarlo de pornográfico. En
cambio yo lo encuentro divertido, si un poco chocante, pero divertido. Son
fotos que alguien quizás podría
calificar hasta de artísticas y dignas de una exposición. Son
fotografías de situaciones vividas entre
una hormiga coqueta y un camello falto de cariño.
Apagué el computador, puse primera, solté el
freno, Elvis cantaba “No seas cruel” y en el parabrisas de un lado a otro
cruzaba una compacta fila de hormigas jorobadas
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