Vicente Herrera Márquez
Día domingo 25-11-2012, a pocos días del fin del
mundo, según dicen algunos agoreros, y espero que a muuuuuchos años de mi
muerte.
En este momento el reloj marca las doce, mediodía en
Chile. Hasta la una espero, siempre lo hago así los domingos, espero hasta esa
hora por si alguien, ya sea algún familiar, algún amigo o alguna dama
prendada de mi, me va a invitar a almorzar. Considero que pasado la una ya
nadie lo va a hacer y entonces es el momento en que me decido a comenzar a
preparar algo para comer.
Desde hace días, desde que una amiga española, Mónica,
me envió una receta para preparar arroz a la valenciana o paella, estoy
entusiasmado con llevarla a cabo. Quiero aclarar que casi nunca sigo una receta
al pie de la letra, la voy transformando y conformando según lo que disponga en
el refrigerador o en la despensa y según mis gustos. Por otro lado, en este
caso como soy solo tengo que hacerla en una medida más bien pequeña calculando
que me alcance para hoy y mañana.
Por si acaso, en cuanto comencé a preparar los
ingredientes, y habiéndome ya servido un aperitivo (Martini bien seco en gin
acompañado de aceitunas y salame) hice algunas llamadas para invitar a alguna
amiga que pudiera y quisiera venir a degustar mi mano con la cocina española,
pero ninguna de ellas podía venir, tendría que haberlas invitado más temprano o
el día anterior, ellas son así, primero tienen que ir a la peluquería y también
a arreglarse las uñas y ya era muy tarde para ello.
Pensé en hacer la paella con chrorizo español (Hecho
en Chile, claro está) y mariscos de nuestro mar (Envasados en lata) y como no
dispongo de una sartén extendida o una olla arrocera, dispuse de la olla
normal, más grande que tengo.
Mientras preparaba los ingredientes, tuve una idea
loca. Loca por lo apresurado y posiblemente irrealizable, pero me dije,
mientras bebía un sorbo de Martini, no hay peor diligencia que la que no se
hace, así que vamos adelante con la idea. Pensé en varios amigos y amigas de
excursiones y aventuras por el mundo, amigos y colegas de letras en el
portal literario LK, siempre dispuestos a la improvisación y a enfrentar lo
azaroso y desconocido. A ellos me dispuse a invitar.
Inmediatamente llamé a Marquesa, a Mónica (La
dueña de la receta) y a Manuel en España; a Aleja en Venezuela; a Laura, Elsa y
Pituti en Argentina y a Grisell en Guatemala. Todos se entusiasmaron en venir a
probar la receta de Mónica y dicho y hecho, cada uno en su país corrieron a un
aeropuerto virtual, subieron a un avión también virtual con rumbo a Santiago y
directo a un, también, aeropuerto virtual ubicado en el Mall Plaza Vespucio a
pocas cuadras del departamento donde vivo, escribo, duermo y cocino.
Todos llegaron trayendo algo: Laura trajo dos botellas
de ginebra Bols; Elsa una caja grande llena de Mantecol; Marquesa cinco
botellas de “Sidra de Asturias”; Mónica llegó con muuuchos turrones de
Alicante; Manuel dos botellas de Sangre de Toro de Miguel Torres cosecha 2008;
Pituti me trajo un mate de calabaza con adornos de plata, una bombilla de plata
y dos kilos de yerba mate; Grisell trajo algo que para mi es zumo de dioses,
una botella de ron Zacapa Centenario Reserva 23 Años y Aleja me trajo de
regalo, para el postre, una gran porción de majarete de coco, recién preparado
por ella misma, y unas cuantas panelas o papelón para desmenuzarlas
y preparar guarapos con ron y limón.
Llegaron a la hora justa para el aperitivo,
todos se regocijaron con el pisco sour que les preparé y como ya era como las
tres de la tarde todos tenían apetito, asi que mientras Mónica y Marquesa me
ayudaban en la cocina con la paella, Pituti y Manuel descorchaban un par
de botellas de tinto chileno y se servían sendas copas para degustarlo y
apreciarlo, Grisell y Aleja ponían mantel y los platos en la mesa, Elsa con sus
acuarelas pintaba en un pliego de cartulina que encontró en mi escritorio una
escena donde un grupo de contertulios degustaban un paella de chorizo y
mariscos surtidos. Todos dijeron que hasta las nueve me podían acompañar, pues
el chárter virtual que los trajo los llevaría de vuelta y no podía esperar más
allá de esa hora.
Mónica me pidió que le hiciera una reseña de todos los
ingredientes que le había agregado a la paella a la floridana, ahora la llamé
así para diferenciarla de la paella a la valenciana, puesto que la había
preparado con los ingredientes que había y los aderezos a mi gusto y floridana porque
vivo, cocino, como y duermo en una de las comunas de Santiago llamada La
Florida.
Mientras Mónica revolvía el arroz, Marquesa anotaba lo
que les iba yo dictando
Receta para 10 personas
Ingredientes:
1 kilo de chorizo español (Elaborado en Chile por
supuesto), cortado en trozos grandes
2 kilos de surtido de mariscos de nuestro extenso mar
(4 latas de 500 gramos c/u)
1 papa grande pelada y picada en cubos pequeños (Creo
que la paella no lleva papas, pero a mí se me ocurrió poner algo de mi cosecha)
2 cebollas grandes picadas
4 o 5 dientes de ajo bien picado y otros tantos
enteros, aplastados y con cáscara
1 pimiento morrón verde picado en juliana
1 pimiento morrón rojo picado en juliana
½ kilo de verduras surtidas congeladas que encontré en
el refrigerador
4 cubos de caldo concentrado de costilla (En remplazo
de sal)
½ cucharada de azúcar
½ litro de vino blanco ¿O fue un litro?
Aceite para freír
Pimienta recién molida, comino, orégano, romero,
pimentón dulce en polvo (para darle color) y una pizca abundante de ají molido
picante, picante, que en Chile llamamos Merkén.
Preparación:
En el aceite caliente primero se sofríe la cebolla y
los ajos con la ½ cucharada de azúcar, luego se agregan al sofrito, los
pimientos y la verdura surtida. Cuando la cebolla comienza a tomar un color
dorado se agrega el chorizo cortado en trozos de tamaño que marquen presencia
en el plato, después de dos o tres minutos apagamos con la mitad del vino
blanco y comenzamos a agregar a nuestro gusto todos los aliños, en el caso del
romero yo prefiero poner una rama entera y verde moviéndola por un par de
minutos alrededor del cocimiento y luego retirarla (Que solo deje su perfume en
la paella) y los cubos de caldo concentrado los molemos con los dedos y
esparcimos sobre el cocimiento, por último se agrega el pimentón dulce para dar
color, revolvemos y agregamos el resto de vino y comenzamos de a poco a agregar
agua previamente hervida y caliente.
En un sartén aparte freímos las papas cortadas en
pequeños cubos.
Después de unos veinte minutos de cocimiento y
habiendo ya agregado el agua suficiente esparcimos en toda la extensión de la
olla o sartén el arroz (En mi caso prefiero el arroz pre-graneado, cosa de
sentir los granitos en mi boca), revolvemos, y cuando falten unos diez minutos
para que el arroz esté en su punto agregamos los cubitos de papas fritas (En
este momento se me ocurre que podríamos agregar además de los cubitos de papa
crutones de pan, fritos en aceite de ajo) revolvemos y terminamos agregando los
mariscos que ya vienen pre-cocidos.
Apagamos el fuego, y dejamos que la paella repose y
descanse a la espera de nuestro apetito o mejor dicho gula, a esta altura de la
tarde, miro el reloj que marca las cuatro.
Terminada esta labor invito a Mónica y a Marquesa que
nos unamos con nuestros amigos y apaguemos la sed que produjo el calor de la
cocina y hagamos un brindis por la amistad.
Al ir a reunirnos con los amigos noto la presencia de
una persona desconocida que en ese momento conversaba animadamente con Manuel y
Pituti. Pensé que había venido con alguno de ellos y no quise preguntar,
era una mujer alta, delgada por no decir flaca (Como a mí me gustan),
pelo negro y largo, unos ojos cautivadores y una sonrisa enigmática,
vestida con pantalón ajustado, de color negro muy brillante, blusa,
también negra brillante, con la forma perfecta de su cuerpo, zapatos negros de
taco bien alto, cuando se trasladaba de un lugar a otro parece que las miradas
de Pituti, Manuel y la mía eran parte de aquel cuerpo, no se podían apartar.
Pensé para mis adentros: esta mina es tanguera y apareció aquí como regalo
sabiendo que es mi gran deseo aprender a bailar tango, por eso asisto a clases
de tango los sábados por la mañana y en las cuales aprendo muy poco, la
profesora hace lo posible pero no aprendo.
Laura y Elsa un poco más alejadas algo hablaban en voz
baja mientras miraban de soslayo a la intrigante mujer. Por otro lado Grisell y
Aleja buscaban en la pantalla de mi computador escritos que nunca había
publicado en LK y se ponían serias y tristes o se reían y comentaban con lo que
leían.
Puse en el equipo de música un pen drive con temas
orquestados interpretados por Richard Clayderman, Bert Kaempfert, Frank Pourcel
y Fausto Papetti.
Llamé a todos al comedor para comenzar a degustar mi
obra de arte basada en una receta de Mónica. Cada uno buscó su puesto alrededor
de la mesa, Pituti sirvió el vino, todos tomamos cada uno su copa, todos me
miraban y miraban a la desconocida, como preguntando quien era ella, pregunta
que yo también me hacía. Ella había desplazado un puesto a Marquesa que estaba
a mi derecha y se sentó al lado mío.
Noté que la mesa estaba dispuesta de la mejor forma e
incluso había un florero con hermosas rosas, ocho rosas rojas y una mucho más
oscura, casi negra. Pregunté quien las había traído, todos se miraron como
preguntando lo mismo.
—Yo las traje, una para cada uno de ustedes y la de
color más intenso es para ti — dijo la hermosa voz de la mujer sentada a mi
derecha, o sea la chica de negro.
Cuando íbamos a levantar las copas para hacer un
brindis, miré a mi derecha y perdiéndome en esa mirada cautivadora dije:
—Perdón que te pregunte, pero por favor dime
quien eres y cómo te llamas.
—¿Cómo, no me reconoces? ¿Tan cambiada estoy hoy? Hace
como tres horas recibí tu invitación y me apresuré en venir. Mírame bien, soy
tu profesora de tango, ayer estuvimos juntos bailando, claro que nunca me
habías visto vestida así, hoy me vestí así para ti.
Estas palabras me desarmaron y traspasaron mi armadura
de caballero conquistador.
Me puse a pensar y en ningún momento recordé que yo la
hubiera invitado, y por otro lado parecido con la profesora de tango le
encontré muy poco, aunque mirando bien sus ojos y esa sonrisa algo encontraba
en ella que me era familiar y conocido…
Bueno, pero con tantos buenos amigos dispuestos a
pasar una tarde agradable y la paella lista para servir, me dije mejor no
preguntar más y por otro lado pensé, ya veremos lo que pueda pasar después de
las nueve.
—¡Salud amigos! Gracias por estar aquí y además
agradezco todos los regalos que me trajeron, no se debieran haber molestado,
pero los trajeron y tengan la seguridad que disfrutaré de ellos.
Manuel me ayudó a traer la olla de arroz, las
ensaladas, rodajas de pan tostado y unos platillos con ajioli que habíamos
preparado con Mónica y Marquesa. Pusimos la olla en medio de la mesa y cada uno
se fue sirviendo a su gusto. Parece que estaba muy buena o tenían mucho
apetito, porque nadie hablaba, solo de repente se escuchaba a alguien que le
pedía a Manuel o a Pituti que les sirviera más vino, hubo que descorchar
dos botellas más. Yo miraba a todos y me sentía orgulloso, pues me daba cuenta
que las chicas españolas se repetían el plato y no solo las españolas, las
argentinas también, y la guatemalteca, y la venezolana hacían lo mismo, qué
decir de los hombres, a pesar de que a Pituti en algún momento le oí decir que
prefería los macarrones con un buen tuco o un bife chorizo. A la única que no
le gustó la paella fue a la misteriosa profesora de tango, la cual no comió
nada, nada de nada, solo tomaba vino y comía pan con ajioli. Cuando le pregunté
por qué no comía me respondió que no tenía apetito y que la noche anterior
había tenido mucho trabajo y estaba con sueño lo cual le producía inapetencia,
también me dijo que por la noche también le esperaba mucho trabajo…
Cuando en la olla prácticamente no quedaba nada,
Mónica se puso de pie y con la copa en la mano pidió un brindis por el
cocinero, diciendo:
—Quiero brindar a la salud del chef para que siga
cocinando por mucho tiempo y por este arroz a la floridana que nada tiene que
envidiarle al arroz que se prepara en mi querida Valencia.
Todos, al unísono exclamaron:
—¡Salud!
Y yo más orgulloso aún, pues que más elogio para
mí que la maestra en el arte de la paella dijera esas palabras.
Aleja y Grisell sirvieron el postre que había traído
preparado la misma Aleja, estaba riquísimo y yo no resistí la tentación de
comer un trozo del Mantecol que había traído Elsa y un trozo de turrón de
Alicante.
Luego todos pasamos a la sala de estar para
tomar café o lo que quisieran, ya era casi las siete de la tarde. Conversamos
de todo, cada uno contó algo de su país, Marquesa y Manuel intentaron unos
movimientos de jota, Aleja nos enseñó a preparar el manjarete o majarete,
Grisell nos recitó sus últimos poemas, Laura y Elsa nos brindaron unos pasos de
tango mientras Pituti cantaba La Cumparsita.
La profe de tango, o la chica de negro, siempre
buscaba a Manuel y a Pituti para conversar y tomar una copa con ellos, yo cada
vez que la miraba encontraba algo más que me recordaba algún episodio pasado.
Desde hacía rato que yo quería decir algo y no me
animaba, pero ya con las últimas copas de vino me sentí en condiciones de
hablar y pedí silencio, aunque de fondo en los parlantes se escuchaba
Amapola con el saxo de Fausto Papetti.
Amigos, antes que todo quiero agradecerles que hayan
aceptado mi invitación tan repentina, agradecer sus regalos y atenciones y
sobre todo agradecer que les haya gustado mi arroz a la floridana. Y ahora antes
que me olvide, pase la hora o me quede dormido, ya que la paella y el vino me
produjeron mucho sueño, quiero decirle algo muy importante a una de mis visitas
y colega de letras en LK (Justo en este momento recuerdo quien es la
misteriosa mujer de negro), a quien le quiero expresar algo que guardo aquí
dentro desde hace un tiempo, con palabras que escribí y las aprendí de
memoria para no equivocarme, es una mujer, una hermosa colega de LK, a esa
mujer quiero… ¡uuuuufff!… me está dando sueño… quiero decirle, decirle que…
parece que me… voy… a dormir… quiero decirle… decirle… decir… de……
A las diez desperté, estaba oscuro, ya no había
música, se habían ido todos y lo más probable es que se fueron corriendo para
que no los dejara el avíon y no quisieron despertarme.
Con algo de dificultad me paré, a tientas encendí la
luz y me di cuenta que no estaba solo, allí sentada frente a mí, con los ojos
bien abiertos, una sonrisa de oreja a oreja y los labios recién pintados de un
rojo intenso, estaba ella. La mujer de
negro, la que yo ya sabía quién era, que
con una voz profunda y arrulladora me dijo:
—¡Hola! Te estoy esperando —y me preguntó —¿Estás listo?
—Sí, estoy listo
—contesté.
—Entonces, vamos
—dijo en tono de invitación, se puso de pie, me acordé que había dicho
que esa noche tendría mucho trabajo, mientras, una sensación extraña recorría
mi cuerpo, me tomó de la mano y……… y…
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