Vicente
Herrera Márquez
A
pesar de que tengo unos cuantos años y muchas situaciones vividas, aunque
muchos no crean, no he podido vencer un mal que me acompaña desde niño, es mi
timidez para acercarme, como hombre, a una mujer hermosa y declararle mis
intenciones para con ella, o mi admiración, o mis sueños, o mis deseos o todo
lo demás. Yo lo llamo miedo a la hermosura.
Leyendo
en internet algunos casos similares me he ido introduciendo en el mundo de la
sicología y también de la historia con el relato de casos y situaciones
similares, por ello me fui armando de un poco de conocimientos y de mucho
valor, y cuando me sentí capacitado salí a la calle a la conquista de mujeres
bellas.
Primero
probé en un centro comercial con una joven muy agraciada que miraba los
escaparates de una tienda.
Muy
simpática, alegre y condescendiente me siguió la corriente, pero todo terminó
cuando se acercó a ella alguien que al parecer era su novio o su marido.
Pero
igual quedé satisfecho con mi desempeño.
Luego
en la consulta médica con la secretaria me fue bastante bien, conversamos de
gustos afines, de música, le pregunté si le gustaba bailar y sonriendo me
respondió afirmativamente… y cuando la
estaba por invitar al cine me llamó el doctor.
Cuando
salí de la consulta ella no estaba, había una señora mayor en su lugar.
Así
pasó el día con varios intentos fallidos, no por mí, el desempeñó desde mi
punto de vista fue muy prometedor, si no logré concretar algo fue por factores ajenos a mi voluntad.
Cuando
ya anochecía sin darme cuenta pasé por una zona frente a un parque donde vi
muchas mujeres y hombres, según me pareció, era uno de esos lugares de la
ciudad donde se compra y vende sexo. Muchas mujeres jóvenes se acercaban y
subían en automóviles que las esperaban en un estacionamiento o que pasaban por
la calle. Confieso que nunca me he detenido en lugares de este tipo y mucho
menos he tenido sexo con alguna mujer prostituta, pienso que de ninguna forma
podría estar con alguna de ellas, son las que más temor siempre me han
infundido para entablar una relación.
Haciéndome
el valiente me dije que ahora era el momento de probarme, y que mejor lugar. Si
aquí lograba acercarme a una de ellas sería el triunfo esperado y la satisfacción de mis desvelos.
Era
alta, en enormes tacones, delgada, hermosa, rubia, vestía un traje oscuro
sobrio, que contrastaba con la vestimenta de las demás, sólo su pelo rubio
encendido era igual a muchas de las mujeres que estaban en el lugar. Llevaba
unos coquetos lentes ópticos que le daban un aire de intelectualidad, que yo no
esperaba encontrar en aquel lugar.
Aminoré
al mínimo el desplazamiento del auto y me detuve muy cerca de ella. Bajé y
caminé a su encuentro, parecía más alta que yo y la veía imponente. Casi
tartamudeando y con ganas de salir corriendo, la saludé amablemente y comencé a
explicarle casi como un joven e inexperto adolescente, que yo quería conquistar
una mujer y estar con ella, pero mi temor a las mujeres hermosas me lo impedía.
Casi por favor le pedí que me escuchara
y dejara explicarle con calma mis motivos y mis ansias de vencer esta
timidez. Ella indiferente me escuchaba y se hacía muy la interesante, me
miraba, miraba a su alrededor y me volvía a mirar, insinuaba acercarse al auto
y eso me dio más ánimo y después de unos
diez minutos de intercambio de palabras, miradas y algunas sonrisas, ella subió
al auto y juntos partimos con rumbo al hotel más renombrado de Santiago. Más
del cincuenta por ciento de los habitantes de esta ciudad, que es inmensa,
saben a cual me refiero.
Allí
con temor yo le conversaba de cualquier cosa y ella realmente me prestaba
atención, pedimos champagne y brindamos:
—Por
nuestro encuentro —dijo ella.
—Por
nuestro encuentro —respondí y me anime a preguntar— ¿Cómo te llamas?
—Josefina
respondió —con una amplia sonrisa
—¿Y
tú? —me preguntó
Yo
ya me iba sintiendo en confianza y libre de temores y recurriendo a mis
conocimientos de historia, sin pensarlos dos veces, poniendo mi mano derecha a
la altura de mi abdomen e introduciéndola bajo la camisa, exclamé:
—¡Napoleón!
Me
miró, la miré y ambos, al unísono, soltamos una sonora carcajada…
—No,
es broma, me llamo…
—Déjalo
así, me gusta, desde ahora tú te llamas Napoleón, me rodeó con sus brazos y sus
labios en los míos encendieron la pasión.
Era
el inicio del romance y el principio del fin de mis temores.
En
algún momento de la conversación, ella dice:
—Claro
uno a veces está obligado a decir e informar lo que ve o le cuentan, sin por
ello creer en todo aquello, tal como lo dijo Heródoto de Helicarnaso… —y agregó–.
No me hagas caso.
—¿Qué?
¿Quién? ¿Quién dijo eso?
—Heródoto
de Helicarnaso, ¿Lo conoces?
—Ehh,
sí, sí lo conozco fue un historiador de la antiguedad llamado el padre de la
historia.
—Ahhh,
me estoy dando cuenta que sabes algo de historia, por favor sírveme otro poco
de champagne.
—Si
mi amor le sirvo y para mí también.
—A
tu salud mi Napoleón –exclamó Josefina
—Y
yo brindo a tu salud y tu hermosura, y también a la de ese señor que nombraste
recién… —y mientras bebíamos yo me daba cuenta que lo mío estaba ya siendo
historia antigua.
La
noche continuó y se inundó de besos, de caricias, de suspiros y quejidos y en
algún momento con exclamaciones creyéndome el mismísimo Carlomagno al frente de
un ejército derrotando al oponente.
Vestimos
las horas con prendas de tiempo, noche, placer y además grabamos historia de
sexo y pasión en las cortinas y en los muros blancos de aquella habitación,
historia que al final decía: aquí perdí el miedo a las mujeres hermosas…
La
noche fue gloriosa para ambos, nos sentimos en el limbo y no queríamos irnos de
allí.
Pero
la vida sigue y el placer tiene que esperar.
—¿Dónde
te dejo?
—En
el mismo lugar donde nos encontramos anoche.
La
miré con cara de interrogación, pero no quise preguntar.
Cuando
llegamos a ese lugar me llamó la atención el gran y moderno edificio de aquella
esquina y noté que por sus grandes escalinatas y puertas ingresaba una cantidad
considerable de mujeres y hombres jóvenes.
Intrigado
le pregunté a Josefina
—¿Qué
hay ahí mi amor?
—Esa
es una Universidad y es muy importante.
—Entonces,
entonces, entonces anoche…
—Anoche
cuando tú pasaste por aquí, era hora de salida de muchos cursos…
—¿Entonces
tú… tú… no eres… tu estudias aquí?
—No
tesoro, no soy, tampoco estudio, yo trabajo aquí.
—Entonces…yo…yo…yo…
—¡Shssssss,
no digas nada! Me alegro que anoche
hayas pasado por aquí y esta noche también quiero estar contigo. Pasa a
buscarme a la misma hora.
Me
puse pálido y tartamudo no sabía que decir, pensé ¿El mismo temor otra vez?
—Piensa
que venciste ese miedo que te acompañaba además te digo que para nada sentí que
tuvieras algún temor. Parece que solo eran creencias tuyas, al contrario te
digo algo, ven acércate te lo diré al oído:
—¡Fue
una noche divina, divina, divina tesoro, quedé con deseos de mucho más!
Cuando
ella se iba, casi gritando le dije:
—¡Sí,
sí, sí, te estaré esperando a la misma hora!
Ella
volvió sobre sus pasos, me dio un beso en la boca y me dijo:
—Sí,
a la misma hora, y si me atraso un poquito lee mientas este libro, toma te lo regalo y se alejó
corriendo perdiéndose en un grupo de jóvenes que entraban a la universidad.
Quedé
un rato pensando en mi “conquista” y en toda la “historia” de esa, para mí,
noche inolvidable.
Y
ya no pensé en miedo, sólo pensé en Josefina y solo me pregunté
—¿Miedo
yo? —y solo me respondí:
—¿Cuándo?
¿Cómo? ¿Dónde? ¡Nunca!
Antes
de poner en marcha el automóvil tomé el libro que ella me había dejado y leí el
título: “Un vistazo nuevo a la historia antigua” con letras más pequeñas “Un
estudio sobre Herodoto de Helicarnaso y el nombre del autor:
Josefina
xxxxxxxxxx Doctora en Historia y Filosofía.
Heródoto
de Helicarnaso, Napoleón, Carlomagno y muchos grandes personajes de la historia
estuvieron allí esta esa con nosotros. Ella no era prostituta, era profesora de
historia que salía de su trabajo mientras yo pasaba por aquella esquina. (Lo
que se llama el momento y el lugar precisos) Le impresionó mi forma de
abordarla y eso la incitó a seguirme en mis intentos y además animada
por un estudio que llevaba a cabo relativo al comportamiento humano, se
interesó para saber hasta dónde era capaz de llegar yo y más aún, hasta donde
podría llegar ella…
Bueno,
ahora el tiempo y la historia lo dirán.
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