domingo, diciembre 17, 2006

Romilio y Julieta en la revisión técnica

Vicente Herrera Márquez

Lloviznaba en Santiago.

En una esquina del centro alguien trataba de detener un taxi. Los que pasaban no accedían a su llamado.
Después de largo rato de espera al fin se detuvo uno, un auto grande y elegante, de marca reconocida. Se subió y observó que el interior era o había sido de lujo, con revestimientos de o imitación madera y tapiz de felpa de un color azul oscuro un poco sucio.
Le indicó al conductor cual era la dirección a la que se dirigía y éste le preguntó por que ruta le convenía más, puesto que era una larga carrera. El pasajero se sorprendió por la pregunta, no por el contenido de ella, sino por que la voz que la formuló era una agradable voz de mujer, se inclinó hacia adelante en el espacioso automóvil y observó que quien conducía era una rubia, al parecer espectacular, por lo que podía ver y deducir.
-¡OH que sorpresa! Una mujer, perdone no me había dado cuenta, buenas noches-
-Buenas noches señor, ¿Por qué calle me dijo que nos convenía ir, para hacer mas rápido el recorrido? -
-No se lo he dicho pero nos conviene ir por...- y le explicó detenidamente el recorrido, con voz de FM. Había aflorado el macho conquistador aleccionado por aquélla voz femenina y por los pícaros grados etílicos que había consumido en la comida en que estaba, razón por la cual es que no andaba conduciendo.Por el pequeño espejo retrovisor, con la poca luz del interior, podía observar algo de las facciones de aquella mujer, se notaba de líneas finas y marcadas, cabellera rubia recogida en un moño semicubierta por un jockey, una tez más bien blanca, nariz respingada y ojos... ojos grandes y vivaces.
El buscaba forma de entablar conversación y nada mejor que comenzar por alabar aquel modelo, siendo él además entusiasta admirador de los automóviles, puesto que su profesión era Ingeniero Mecánico y se desempeñaba como jefe de una planta oficial autorizada de revisión técnica de automóviles. Le preguntó por la marca, el modelo y el año del vehículo, él lo sabía, pero tenía que lograr que la rubia se interesara en su conversación.
Ella al notar el interés de su pasajero, y también con ganas de conversar, luego que por su espejo, a su vez, había echo una inspección de él, respondió con lujo de detalles a las consultas del ingeniero.
El, por su trabajo, conocedor de las leyes de transito, preguntó como estaba mecánicamente y si aún le otorgaban patente para taxi por el año de fabricación y además le consultó por la revisión técnica. Todo esto sin dar a conocer cual era su profesión y su trabajo.
La respuesta fue que el esposo de ella, funcionario importante de una municipalidad, fallecido hacía ya un par de años atrás, le había heredado este auto al que había transformado en taxi para poder tener otra entrada económica y así poder llevar el pasar a que estaba acostumbrada, complementando la escasa pensión que le otorgaba el sistema de pensiones. Ella también le explicó que por ley podía usar ese auto durante un año más como taxi, pero que en ese momento tenía problemas con la revisión técnica, la cual le fue rechazada justo el día anterior, por lo que temía que no le iban a renovar la patente de taxi y se vería obligada a vender aquella joyita. Además le comentó que trataba de mantener lo mejor posible el automóvil, que se cuidaba de no manejar por lugares muy alejados y que además seleccionaba a sus pasajeros, no llevaba a cualquier persona que la hiciera detenerse, siempre aminoraba la marcha y tras una rápida pero exhaustiva inspección volvía a acelerar o se detenía. Ante esta explicación él se sintió halagado, había sido aprobado para abordar aquel automóvil.
La conversación se hizo fluida como si fueran antiguos conocidos y así llegaron al destino. Después de pagar gustoso la tarifa correspondiente él le comentó que conocía un taller donde podían ver cuales eran las fallas que tenía el auto y que él mismo entendía bastante de mecánica y le dijo, con un tono de picardía, que también le gustaría revisar esa, para él, joyita… mecánica.
Ella lo miró también con picardía y haciendo un coqueto gesto le preguntó como lo podían hacer.El le explico como y se pusieron de acuerdo para encontrarse al día siguiente, que era sábado, para ver que se podía hacer por el auto y por la viuda. Esto último solo lo pensó.
Temprano, por la mañana, se encontraron en el estacionamiento del supermercado, que habían acordado la noche anterior. El llegó primero, en su flamante camioneta 4x4, vestido deportivamente y tirando pinta como día sábado y como lo pedía la ocasión, con jeans, camisa y lentes para sol de marcas reconocidas.

A los diez minutos de haber llegado entro en el estacionamiento el elegante, hermoso y con bastantes años futuro clásico de la industria mecánica. Se estacionó como a treinta metros de donde estaba la 4x4 y de él bajo su dueña. Este sí era un clásico de unos bien cuidados cuarenta...,una despampanante mujer, alta, de contornos bien marcados, dentro de los cánones tradicionales del mas o menos noventa y algo, sesenta y tanto y noventa y un poco más; tez blanca y pelo rubio largo y suelto, rubia chilena, de esas que bajo el rubio esconden un color oscuro, quizás tan o mas bello que el dorado que lucen por moda o por parecerse a ... Bueno, de lo que si se dio cuenta es que ese auto tenía que pasar la revisión técnica de todas maneras, fuera como fuera, pesara a quien pesara y costara lo que costara.
Visualmente mientras se acercaban, por defecto de profesión y trabajo, él siguió haciendo la revisión técnica de ambos modelos, más de aquel que se contoneaba coquetamente caminado a su encuentro y que al parecer no necesitaba reparación alguna, solo requería salir a probarlo.
Ella a su vez, sin ser ingeniero mecánico, sino que una simple taxista de unos cuarenta... y viuda hace dos años, también hacia una inspección ocular y a juzgar por su sonrisa esta inspección superaba las expectativas. Se dio cuenta que aquel solícito entendido en mecánica que había sido su pasajero la noche anterior podría ser algo mas que su pasajero en cualquier noche venidera. Lo encontró buen mozo, estatura acorde con la suya, talla 48, buena pinta y zapatos número… 43, por lo menos. Era exigente la viuda.
- ¡Hola! ¿Cómo estas?, ahora veo lo lindo que es tu auto. Pero tú si que eres hermosa, traté de imaginarte, pero la realidad supera ampliamente la imaginación. -
- ¡Ay gracias!, que amable, tu camioneta también esta muy bonita. -
Se dirigieron al auto y él le pidió abriera el capot, para ver el motor, un gran motor y relativamente simple en comparación a los últimos modelos, de muy fácil acceso a todas las partes vitales, fácil de verlas y de tocarlas. En su pensamiento destacó esto último: “Fácil de verlas y de tocarlas”.
Mientras hacía esto no podía dejar de pensar en la dueña de aquella máquina. Le pidió que lo pusiera en marcha para oír el sonido del motor.
- ¿Cómo encuentras mi auto? - preguntó ella
- Realmente… te encuentro excelente - rápidamente, respondió él.
- Por el auto pregunto yo – dijo ella, esbozando una amplia y coqueta sonrisa.
- Ah, perdón, perdón, no se en que estaba pensando. Encuentro que el motor “suena” muy bien. Pero es mejor que lo digan los instrumentos, vamos al taller de mi amigo.-
-¿Cómo lo hacemos? – inquirió ella.
- Fácil – respondió él – tú sígueme, yo soy tu guía.
- Te sigo, pero, ¿no será peligroso seguirte?- sonriendo, como jugando, preguntó ella.
- Pierde cuidado, te prometo que conmigo no hay peligro, a menos que a ti te guste el peligro... – dijo él.
- Ya... vamos… te sigo -
En veinte minutos estuvieron en el taller del amigo, el cual ya estaba sobre aviso, pues temprano lo había llamado para comentarle el viaje en taxi de la noche anterior cuando se retiró de la comida de aniversario de la empresa donde trabajaba, y su intención de ayudar a la rubia conductora para que pasara sin contratiempos la revisión y sin dejar de mencionarle las características del automóvil y también las de su dueña.

Roberto, el amigo dueño del taller, al igual que él, cincuentón y gozador de la vida, ambos con experiencias matrimoniales y separados, amigos desde los tiempos del liceo y compinches de correrías y aventuras, entendió sin muchas explicaciones lo que su amigo quería resolver aquel radiante sábado de octubre y le manifestó que no se preocupara, que fuera por la mañana y que él en ningún momento demostraría que ya se habían puesto de acuerdo, igual como lo habían hecho dos meses atrás, en una situación parecida.
Roberto, llamó dos ayudantes e inmediatamente se pusieron a revisar el automóvil y su funcionamiento.
Mientras los mecánicos hacían la revisión, él y ella sentados en la amplia y moderna 4x4 hicieron las presentaciones que sin quererlo se habían ido postergando.
- Mi nombre es Julieta- dijo ella e inmediatamente preguntó:
- ¿Y el tuyo cual es? -
- ¡Romeo!- prestamente contestó él, mirándola serio y fijo a los ojos.
- ¿Romeo? ¿O sea Romeo y Julieta? No, no te creo, estás bromeando.-
- Es cierto, estoy bromeando, la verdad es que mi nombre no me gusta y por eso trato de no decirlo.-
-Igual quiero saberlo, dímelo por favor -
- Ro-mi-lio-
- Entonces digamos ¿Romilio y Julieta? - preguntó ella mostrando una hermosa y amplia sonrisa.
- Me parece bien, podrían ser los nombres de otra pareja romántica de la historia…-
Roberto interrumpió aquel relajado momento y les dijo que tendrían que dejarle el vehículo por unas horas para ponerlo, según él, “Tiqui-taca” para la revisión. Que de todas formas el taller estaba abierto hasta las ocho de la tarde para que lo fueran a retirar. Seguramente consideraba que ese tiempo era suficiente para él reparar el auto y conociendo a su amigo pensaba que también era más que suficiente para un aperitivo, almuerzo y…bajativo.
- Bueno compadre, si usted lo dice, así será- dijo Romilio e inmediatamente agregó:
- Pero me imagino va ha quedar listo para la revisión, o sea como usted dice: “Tiqui taca”.
- “Tiqui-taca” compadre, se lo aseguro- respondió Roberto.
- ¿Y que voy ha hacer yo hasta esa hora? –preguntó inquieta Julieta.
- Usted se va conmigo a almorzar a un lugar muy acogedor que queda cerca de aquí –
- ¿Me estas invitando Romilio? –
- Por supuesto Julieta te estoy invitando. ¿Aceptas? –
- Mmmmm… bueno ya, acepto –
Roberto escuchaba aquel dialogo y pensaba para sus adentros en la facilidad que tenía su amigo para conquistar y convencer mujeres, se dio vuelta y se alejó pensando: ¡Romilio y Julieta, buena pareja!
La 4x4 al parecer conocía el camino de memoria, en quince minutos ya se estaba estacionando en un tranquilo lugar donde los olores invitaban a degustar algún delicioso plato de comida chilena. Entraron al local, había pocos clientes, así que lograron ubicarse en un sombreado lugar con vista a un hermoso parque.

- Hermoso este lugar, no sabía de él, me gustó- dijo Julieta
- Más te va a gustar cuando pruebes lo que aquí preparan y te aseguro que a más de algún turista vas a traer hasta acá cuando te pregunten por algún lugar donde degustar la auténtica comida chilena.-
Mientras que Julieta fue al baño, Romilio llamó a Roberto para preguntarle por el auto y este le afirmó que no se preocupara diciéndole:
-Todo va a salir muy bien, a pedir de revisión.- y agregó - Alguna vez le he fallado compadre –
- No compadre, pero le digo que en ésta, quiero quedar como rey, y a propósito, le quiero pedir otro favor-
- Diga compadre lo escucho –
- Por favor llame a ese lugar que tan bien conocemos y me hace una reserva para un par de horas más –
- OK, sus deseos son órdenes compadre, Usted sabe, hoy por ti mañana por mi-
- Gracias Roberto, tengo que cortar aquí viene ella, nos vemos en la tarde, bien tarde.-
Guardó el celular, volvía Julieta y no quería que lo viera hablando, para no despertar susceptibilidades.
- Julieta, Julieta -
- Dime Romeo, digo… Romilio, soy toda oídos –
- De aperitivo ¿qué quieres tomar?-
- Algo con poco alcohol, el alcohol me desinhibe, y después puedo arrepentirme de lo que diga o haga.-
- ¿Y cual es el problema?- Preguntó Romilio,
-A mi me pasa exactamente lo mismo, pierdo mi timidez.-
- ¿Tímido tú?, pues no lo parece.-
- Bueno, entonces margarita suave para ti y martíni seco para mi.-
Romilio llamó al mozo para ordenar el aperitivo. Cuando éste los trajo preguntó si habían ya elegido de la carta lo que iban a pedir de comer, ambos se miraron y sin haberlo conversado casi al unísono dijeron:
- Parrillada -
- ¿Con interiores o sin interiores? - Preguntó el mozo.
- Con interiores – nuevamente, el mismo tiempo, respondieron ambos
- Con harta ubre – agregó Romilio
- ¿Ensalada, vino? Preguntó el mozo
- Ensalada surtida, con bastante pepino – dijo Julieta
- Y un tinto cabernet sauvignon de ese que tienen para los clientes – acotó Romilio.
Cuando el mozo se retiro, Julieta dijo sonriendo con picardía:
- Parece que te gusta la ubre... – a lo que Romilio, subiéndose al mismo carro respondió:
- Si mucho y a ti parece que te gusta el pepino... -
Haciéndose la desentendida, tomo su copa de margarita con poco alcohol y dijo:
- Salud Romilio, por una buena tarde -
- Salud Julieta, por una linda tarde, por que tu auto quede bien y por nosotros –El aperitivo ayudó a distender aún más la conversación, la parrillada estuvo en su punto de cocción preciso y la temperatura de la carne, los interiores y el vino en su grado optimo. Más o menos dos horas duró el almuerzo, tiempo que en realidad no sintieron como pasó. Conversaron de sus experiencias de vida. El habló de su ex mujer, de sus hijos, de su vida actual solo y también de su trabajo como jefe de una planta de revisión técnica, todo en forma sincera y como si lo estuviera contando a una amiga de toda la vida.
Ella a su vez y haciéndose eco de la sencillez y sinceridad de él, también contó de su niñez y adolescencia en el seno de una estricta familia en una ciudad del sur del país, de su vida de casada con un hombre al que quiso mucho con el cual nunca tuvieron hijos y que tras una larga enfermedad murió tempranamente.
Era las tres de tarde cuando el mozo estaba retirando de la mesa, la parrilla, en la que aún quedaba carne, pero nada de ubre y la ensaladera en la que aún quedaban tomates pero nada de pepinos.
- Llamemos a tu amigo para saber por el auto – dijo Julieta
- Bueno, pero no creo que aún este listo –Dicho esto Romilio llamó a Roberto y este le dijo que faltaba bastante, pero que durante la tarde quedaba listo.Ante esta situación Julieta preguntó:
- Y ahora ¿Qué hacemos? -
- ¿Vamos? - Preguntó Romilio, en tono romántico.
- ¿Dónde?... ¿Al cine?... ¿A vitrinear?... ¿Al parque?... – mirándolo como distraída, preguntó Julieta después de largos instantes.
Romilio la miró larga y fijamente a los ojos mientras tendía su mano derecha hasta encontrar y tomar la de ella que también se acercaba hacia el centro de la mesa y volvió a preguntar en voz baja:
- ¿Vamos Julieta?-
- ¡Vamos Romilio! – respondió ella con voz casi imperceptible, agregando a su respuesta un guiño que decía más que cualquier palabra.
Después de darle una buena propina al mozo, el cual no era la primera vez que atendía a Romilio y alguna ocasional pareja, los despidió en forma muy amable y agregando a ello un gesto con el dedo pulgar y un guiño muy elocuente dirigido a él, en un momento en que Julieta admiraba el parque de aquel lugar.
Subieron nuevamente a la 4x4 y ésta, conocedora de caminos, en menos de veinte minutos entraba por un sobrio y discreto portal y después de una también discreta seña siguió un camino bordeado de verde y tupido seto de ligustrinas, hasta detenerse en una acogedora cabaña.

- ¿Tu casa? - preguntó ella, haciéndose la inocente, cuando él le abrió la puerta de la cabaña para que entrara.
- La verdad es que no conozco este lugar, siempre lo veo cuando voy camino a mi casa de vuelta del trabajo y ahora me acordé, ¿Qué te parece? ¿Te gusta?-
- Sí, me gusta, me están gustando todos los lugares donde me estas llevando, pero te voy a decir que es primera vez que entro a un lugar de estos, y eso es cierto, te lo juro.-
- Yo también – Se apresuro a decir Romilio
- Júralo, igual que yo – dijo ella.
El se hizo el desentendido y llamó por el citófono pidiendo una botella de champaña bien helada. Cuando llegó el pedido sirvió las copas y dijo:
- Quiero brindar por ti y por este momento que espero sea el primero de muchos-
- Lo mismo digo yo, pero también agrego a ello, que me vaya bien con la revisión técnica de mi cacharrito – dijo Julieta llevándose la copa a la boca.
Al brindis con champaña siguió un brindis de labios que hacía rato se deseaban y solo esperaban el momento para unirse. A ese beso siguió otro y otro. Y entre besos, champaña y caricias, el deseo despojo ropas, venció ansiedades, unió cuerpos, conjugo pieles en toda la extensión de ellas, liberó tensiones por un lado y por otro un torrente reprimido e inmenso que no alcanzó a desbordarse en su totalidad.
Con la lasitud de los cuerpos después del momento vivido y agregándole a ello el aperitivo, el almuerzo, el vino y la champaña, el sueño venció a la pareja de amantes. Despertaron sobresaltados por el zumbido ronco del celular de Romilio, era Roberto el que llamaba para avisarles que ya era casi las ocho de la tarde y que estaba por cerrar el taller, para que fueran a retirar el auto, el cual estaba listo desde hacía bastante rato.
- Perdone compadre, no nos habíamos dado cuenta de la hora, estamos en el cine y la película esta muy, muy buena, vamos inmediatamente para allá – dijo Romilio
- ¿En que cine compadre? Preguntó Roberto en tono socarrón y colgó el teléfono.
Se miraron y se admiraron en su desnudez por largos minutos, después de un apasionado beso, una ducha rápida sin mojarse el pelo, se vistieron rápidamente y se retiraron de aquella acogedora cabaña en dirección al taller, camino que la camioneta, por supuesto, conocía muy bien.
Durante el corto trayecto, Romilio se animó a decir que el había notado en la ansiedad de Julieta deseos de más y por ello se disculpó de no haber podido haberla complacido en su totalidad, explicando que se debió quizás al vino, la champaña y a la lógica ansiedad del hombre de quedar bien ante la mujer en la primera vez. Ella le respondió que no se preocupara y que a su vez entendiera que ella hacía mucho más de dos años, tal como le había contado durante el almuerzo, que no tenía ninguna actividad de este tipo y que lo que había sucedido había sido de todas formas maravilloso y placentero.
- Ya habrá otra ocasión- concluyó Julieta con un beso en la mejilla y tocando alguna parte sensible de Romilio.
Cuando llegaron al taller Roberto los estaba esperando en la puerta del mismo, estaba solo, su personal ya se había retirado faltaba poco para las nueve.

- Perdona Roberto, viejo amigo, se nos paso la hora y no nos dimos cuenta - dijo Romilio.
- No se preocupen, me imagino que era muy buena la película - respondió Roberto dirigiéndose a Julieta.
- Si excelente, voy a tener que verla de nuevo para saber el final, en cuanto pueda lo voy a hacer - dijo Julieta mirando con complicidad a Romilio.
- ¿Como quedó el auto compadre? ¿”Tiqui-taca para la revisión? -
- “Tiqui-taca”, como se lo prometí compadre –
- Cuanto le debo por el trabajo y por las molestias – preguntó Julieta.
- No se preocupe, no es nada, es retribución a un servicio que le debía a Romilio, si el quiere cobrarle es problema de él, pero conociendo a mi amigo yo se que no lo va a hacer y menos a una mujer tan hermosa como Ud.
- Se lo agradezco, y perdone por haberlo hecho esperar –
Antes de separarse, cada uno en su vehículo, Romilio le indicó a Julieta la dirección de la planta donde él trabajaba, para que el lunes llevara el auto para su revisión. Le indicó sí, que él no la iba a ver, puesto que no atendía público y además en este tipo de cosas nada se puede hacer por amistad, todo esta regulado por ley y muy controlado por los organismos correspondientes al transporte y por otro lado existen reglamentos muy estrictos en cuanto al transporte de pasajeros. Después hablarían por teléfono para saber el resultado.
Ella le preguntó si estaba seguro que no iba a tener ningún problema. Ante esta inquietud él le aseguró su confianza técnica en el amigo y tenía plena certeza que su taxi el lunes tendría su correspondiente revisión autorizada para obtener el permiso de circulación.
Estaban solamente ellos dos frente al taller. Se despidieron con un beso y la promesa de volver a verse para conversar de revisiones, de la vida, de otras inquietudes y además dijo Julieta para ver la forma de retribuir aquel servicio de tanta importancia para ella.
- Y para ver el final de la película – se apresuró a decir Romilio

Día lunes, otro día de trabajo, otro día de ajetreo en las calles de Santiago, otro día de carreras de taxis compitiendo por ganar el pasajero, otro día de revisiones técnicas para Romilio, otro día de incertidumbre para Julieta, que lo que mas anhelaba era lograr pasar conforme la revisión para tener su permiso de circulación por un periodo más. En su pensamiento además estaba Romilio al cual veía como su salvación en aquel problema mecánico. Pero sobre todo estaba en su mente la tarde del sábado, la que aún siendo muy buena le dejó una sensación de apetencia y deseo de más, lo que le hacía pensar que aquello debería repetirse a la brevedad.
Lunes, ninguna llamada, ni en un sentido ni en el otro. Martes, miércoles, jueves, copias calcadas del lunes.
Romilio pensaba: claro consiguió lo que necesitaba, y hasta pensó que era posible que antes de ser pasajero de aquel taxi ella sabía quien era él y en que trabajaba y por ello no dudó en llevarlo y después de dejarse seducir, entregar algo a cambio y conseguir lo que quería: si te he visto no me acuerdo. Debiera haber tenido, por lo menos, la deferencia de avisar como le había ido con la revisión…
También Julieta a su vez pensaba: como todo hombre, vio una oportunidad, la trabajó, la conquistó y la aprovechó, incluso llegó a pensar que era muy posible que estuviera de acuerdo con Roberto, el amigo del taller mecánico, después: (coincidencia) si te he visto no me acuerdo. Podría haber llamado para saber si había pasado la revisión, aunque el debiera saberlo si es el jefe de allí, o sencillamente para saludar y saber como estaba…
Viernes, último día de la semana y último día de espera, a las cuatro de la tarde, Romilio se sentó frente a la pantalla de su computador y se puso a ver todas las revisiones aprobadas el día lunes, no encontró ni el nombre Julieta, ni la patente que había guardado en su propia memoria. Revisó el martes, nada encontró.Miércoles, jueves, absolutamente nada. En el primer informe del día viernes apareció por fin el nombre Julieta y el número de patente tan buscado y además con el timbre: APROBADO, pero también se dio cuenta de que se había presentado el día lunes y el miércoles y en ambas ocasiones había sido rechazada la revisión, por problemas de carburación y de frenos. Lo primero que se le pasó por la mente fue llamar a Julieta y preguntarle cual había sido el problema y cual la solución, ya que recién se había enterado revisando los datos en la pantalla.Justo en esos momentos sonó su celular, transmisión de pensamiento, era Julieta.
- Hola Romilio - una voz suave y sensual.
- Hola ¿Quién llama? – respondió y preguntó con su tono conquistador.
- Soy yo, Julieta -
- ¡Julieta! ¿Cómo estas, tantos días?-
- Bien ¿y tú?-
- Bien también, perdona pero no te había podido llamar, mucho trabajo y muchos problemas ¿cómo te fue con la revisión técnica? –
- Bien, excelente, ningún problema, hoy me renovaron el permiso de circulación así que estoy contenta y feliz -
- Que bueno me alegro por todo ello- contestó Romilio y no quiso preguntar por los problemas que tuvo para que le aprobaran la revisión técnica ya que tras esa felicidad y alegría presentía algo interesante.
- ¿Que tienes pensado hacer mañana por la noche?- preguntó Julieta con su tono de voz más sensual.
- Deja ver mi agenda… no hagas caso son bromas, la verdad que nada ¿Porqué?- inquirió Romilio.
- Te invito a comer a mi casa, algo sencillo pero que lo prepararé con mucho cariño-
- Ante una invitación de ese tipo, quien podría negarse, acepto, yo llevo el vino ¿ya?-
- De acuerdo, te espero a las nueve –Dicho esto Julieta le dio la dirección y las señas de cómo llegar hasta su casa ubicada en un condominio casi al final de una avenida que sube por un barrio precordillerano de Santiago.
Después de finalizar esta conversación Romilio llamó a Roberto y le comentó, con cierta molestia, lo acontecido, agregando que estaba quedando “feo” con la rubia. Este le explicó que había echo todo en forma conciente y profesional y que además los instrumentos marcaban condiciones óptimas, que no tenía explicación alguna para aquello.
- No importa compadre, espero ver a Julieta, digo a la dueña del auto, es posible que vayamos a ver esa película que quedó incompleta el sábado y ahí le voy a preguntar que fue lo que paso. El lunes le cuento -
- Bueno compadre, me gustaría saber que paso, me cuenta el lunes, que disfruten la película.-
Romilio se prometió que no le iba a preguntar por los rechazos que tuvo en la revisión del auto, a menos que ella le comentara, solamente iba a aceptar aquella invitación, disfrutarla y hacer lo posible para portarse a la altura de las circunstancias y también lograr una plena aprobación a su desempeño.
Puntual a las nueve Romilio pulsó el timbre de la puerta de entrada, quien lo recibió fue la misma mujer que conoció el fin de semana anterior pero con un look distinto, igual de rubia, pero el pelo más liso, más joven, más alta, más delgada y luciendo un vestido elegante, que trasparentaba algunas partes de un cuerpo exquisito y tentador. Se saludaron con un largo beso como dos novios a punto de casarse.
Romilio traía las manos repletas, dos botellas de buen vino tinto, bombones y un ramo de rosas rojas.
Una comida digna de un rey y una atención que ya se la quisiera el mas rico monarca de algún emirato petrolero. Todo tranquilo, sin apuro, sin reloj, con la 4x4 guardada en el patio detrás del causante de todo aquello, con una noche cómplice y dos amantes dispuestos a llenar cada minuto hasta el amanecer, en compañía de una música suave, una tenue luz y un refrescante ponche a la romana preparado por Julieta.
Y así fue. La noche se hizo corta, la música languideció, la luz se confundió con la aurora y el ponche además de hacerse poco no refrescó ni aplacó el ánimo y el ímpetu de los amantes.
Bien entrada la mañana del domingo Julieta y Romilio se despidieron con caricias, dulces palabras y promesa de amor eterno como si fueran los amantes de Verona.
Cuando Romilio ya sacaba, retrocediendo, la camioneta del patio, llamó a Julieta y le preguntó:
- ¿ Julieta dime por favor, cómo estuvo todo? – ella no dijo nada, solo le dio un gran beso y le deslizó algo en el bolsillo de la camisa.
Ya en su casa al cambiarse de camisa se acordó de lo que Julieta le había puesto en el bolsillo, saco dos hojas de papel dobladas, las extendió y soltó una fuerte carcajada al ver que eran dos formularios de revisión técnica de su propia oficina. Pensó que Julieta no le quiso mencionar los contratiempos que tuvo con la revisión de su auto y como broma le puso estos informes en el bolsillo de la camisa.
Con una sonrisa en los labios leyó el primero de aquellos formularios en el cual estaban todos los datos del vehículo con la fecha del día lunes recién pasado. Los datos indicaban que había un problema con la composición de la “mezcla”, por lo tanto de “carburación”, además que requería revisión del sistema de frenos.
En un borde del papel con letra manuscrita se leía: ajuste de “chicleres”, agregar un “aditivo” y regulación de frenos o cambio de “pastillas”, era muy posible que algún mecánico o alguien entendido hubiera escrito esto como una indicación de lo que había que hacer.
Plazo para la reparación: hasta el próximo viernes.
Al comenzar a leer el segundo formulario su sonrisa se fue transformando en un gesto serio y adusto, éste había sido borrado, conservando si el formato de imprenta, lo demás había sido reescrito con lo siguiente:
Fecha: Sábado tanto… (La de ese sábado)
Marca: Romi Edad del modelo: no se sabe pero se nota con bastante uso.
Problemas o fallas:Tiene fallas de carburación.Se acelera demasiado en muy corto tiempo, aún así no llega a la velocidad máxima, le cuesta desacelerar y mantenerse en “ralenti”.
El sistema de frenos también tiene problemas.
No frena cuando es requerido y la respuesta a la frenada es muy larga, lo que hace que en cualquier momento puede desbarrancar sin alcanzar a llevar a su pasajera al destino final.
Se recomienda:
1) Una limpieza y ajuste de “chicleres”.
2) Un complemento de vitaminas y ginseng.
3) Repasar el manual para ver el uso del freno y
4) Un “aditivo” en “pastillas” especial para ese modelo y año llamado SILDENAFIL (Viagra u otra marca)
Con letras azules grandes y remarcada se leía la palabra RECHAZADO a la que se le había agregado en letra mas chica esta otra: Momentaneamente.
Y con letras de color rojo, destacado y subrayado se leía:Se le cita para una nueva revisión el próximo sábado a las 21 hrs.

El día lunes temprano Romilio recibió un llamado de su amigo Roberto para saber si había averiguado lo que había pasado con el auto de la rubia y el rechazo de la revisión técnica. A lo que Romilio respondió:
- No se preocupe amigo mío, todo fue un mal entendido, todo salió bien, no hubo ningún contratiempo, buen trabajo el suyo y se lo agradezco y acuérdese que le debo una. -
- Ya amigo, me alegro que todo resultara bien. Ah y a propósito ¿Cómo funcionó usted compadre? –
- Tiqui-taca compadre, Tiqui- taca -



© Derechos Reservados - Vicente Herrera Márquez - Nº 166350 - Chile

sábado, noviembre 04, 2006

Buscando la estación

Vicente Herrera Márquez

(Un pequeño cuento en verso)


Un día de vendaval, en el sur, en el centro del invierno,
se encontraron en un cruce, que el destino puso allí.
Era temprano, una mañana, quizás por casualidad,
fue en la calle Ventolera casi esquina Brisa Sur.
Ella desafiando al viento iba camino del centro.
Apurado a favor de aquél, él buscaba la estación;
le pedió que le indicara la dirección para llegar.
- Si tu quieres sígueme, hasta allí te puedo acompañar,
es temprano todavía, el trabajo puede esperar –
- Gracias te lo agradezco, pues no conozco este pueblo –
- Dime viajero errante ¿a que ciudad quieres viajar? –
- A cualquier punto distante, que este muy lejos de aquí -
¿Por qué te vas tan triste? ¿Es que no te gusto el lugar? –
- El lugar si me gustó, lo que buscaba no encontré –
- ¿Y por qué te vas tan pronto? Tan solo ayer te vi llegar –
- Entonces, ¿Tú me conoces? ¿Dónde me viste llegar? –
- En una esquina de la plaza, te bajaste de un camión –
- Tienes razón, de un camión en la plaza me bajé,
en la carretera, muy lejos, pregunté por este pueblo
el chofer muy amable me dijo: sube yo paso por allí –
- Te vuelvo a preguntar ¿Porqué te vas tan pronto? –
- Ya recorrí todo el pueblo y no hay espacio para mí,
no encuentro lo que buscaba ni tampoco mi lugar,
y ¿Sabes? era mi meta, el poder llegar hasta aquí –
- ¿Por qué? te pregunto viajero, ¿querías llegar hasta aquí?
y si querías llegar ¿Porqué tan pronto te vas? –
- Buscaba un lugar que dejé y quizás una quimera –
- ¿Qué quieres decir viajero, con quizás una quimera? –
- Ella… no me conoce, pero creí me estaría esperando,
porque, con finísimos hilos, letras y bellas palabras
tejió un puente muy largo para llegar hasta aquí;
seguro el puente lo borró el viento y aquí nunca tuve un lugar –
- ¿Cómo es la mujer que tu buscas?, quizás la conozco yo –
- La mujer que yo busco es buena , alegre y hermosa,
tiene una voz que acaricia y verde agua el mirar…
quiero agregar algo más que no me atrevo a decir –
- Dilo viajero triste, dilo pronto, su nombre quiero saber –
- Esa mujer que yo busco escribe sueños de amor,
de su cuello cuelga una imagen con un signo zodiacal
y su piel huele a nostalgias con un embrujo oriental…-
- Si no me dices el nombre que tiene esa mujer,
aquí te dejo y busca tú la estación, yo me voy a trabajar –
- Espera, ahora te lo voy a decir, esa mujer… esa mujer…
¡aaay! no me atrevo a decirlo… no me quiero equivocar –
Ella de su blusa, sin importar el frío, soltó un botón,
en su blanco cuello pudo ver él, un signo zodiacal
y en el viento sintió un aroma de mandarinas e ylang-ylang.
-¡Ahora sí! ¡Ahora se quien es ella! no me puedo equivocar –
- ¡Dilo! ¡Dilo viajero tonto! Dime quien es la mujer que buscas –
- ¡Sí ahora puedo gritarlo! ¡Gritarlo a los cuatro vientos!
¡Sí, sí, sí, esa mujer… esa mujer… esa mujer eres tú! –
Ella lo miro a los ojos y sus labios temblando susurraron:
-¡No te vayas viajero hermoso, si también te esperaba yo!
Además debes saber, que a propósito y queriendo, te mentí,
hoy es feriado, no hay que trabajar, a ti te vine a buscar.
También te voy a contar que la estación es muy vieja,
no tiene campana ni anden, y hace ya muchos años,
tantos como mi edad, que desde allí no parte un tren. –
Se miraron largo rato… los labios no se abrieron…
con los ojos dijeron todo… se tomaron de la mano…
y enfrentando miradas escondidas se fueron caminando,
agradeciendo al destino que en una esquina del viento
una de mil quimeras la tornara en realidad.
Atrás quedó la tristeza esperando tren en la estación.


© Derechos Reservados - Vicente Herrera Márquez - Nº 166350 - Chile

lunes, abril 24, 2006

Skypéame

Vicente Herrera Márquez

¡Bhuu! cortó, tan bien que estábamos conversando y pasando la tarde, bueno mañana la llamo a ver si quiere que sigamos platicando a través del Skipe. No alcancé a preguntarle si esto es actual...

En una ciudad del sur, puerto del Océano Atlántico, donde casi todos los días sopla un viento fuerte, una tarde de otoño, mujer escucha en su computador un:
-Hola. ¿Cómo estas?-
-Y contesta:
-Bien.- ¿Y tú?- ¿Quién eres?
-No te acuerdas, hablamos anoche.-
-¡Ahhh! Ahora me acuerdo, tú eres de esa ciudad del norte a orillas del Pacífico...-
-El mismo y si no crees comprueba la dirección IP-
-A ver espera unos momentos...sí aquí esta... estamos bien distantes uno de otro, pero dime: ¿Porque no pones tu nombre, tu edad u otros datos en tu perfil?-
-Prefiero el anonimato, la incógnita y así abrir caminos a la imaginación.-
-No me gusta, prefiero saber con quien me comunico, tu ves que yo coloco mi nombre completo, mi e-mail, mi fotografía actual y mi edad real...-
-Y te ves muy linda en esa fotografía y tienes la edad precisa-
-¿Edad precisa? ¿Y para que?-
-Y, bueno para...para que conversemos, digo yo...-
-Bueno, entonces conversemos.- ¿Qué estas haciendo?-
-¿Quieres que te cuente lo que estoy haciendo?-
-Si cuéntame, quiero saberlo-
-Bueno te voy a contar, voy caminando por...
-¿Caminando?-
-Bueno, imagina que puedo ir con un equipo movil o... es lo que te decía, dale rienda suelta a tu imaginación.
-Te voy a seguir la corriente imaginemos. ¿Qué mas?-
-Dime: -¿Hace rato que llegaste?-
-Si ya hace como dos horas, hace frío, y esta por llover, menos mal que dejo de soplar el viento que en la mañana estuvo muy fuerte.-
-¿Estas tomando mate?-
-Si-
-¿Sola?-
-Sí, sola-
-Espérame, voy para allá para tomar unos mates contigo-
-¿Qué? ¡ahh ya, entiendo. Bueno ven te espero ja ja ja ja. Pero ven rápido y pasa a comprar facturas, me gustan con crema pastelera ja ja ja ja ja ja-
-A ver si me acuerdo como llegar, me dijiste que vivías en el barrio....en el barrio...-
-¿Te lo dije?-
-Sí, anoche cuando hablamos.-
-¿Anoche? Ah si, ahora recuerdo. Jardín del Mar, así se llama el barrio...-
-Eso, Jardín del Mar, sabía que era un jardín, pero no recordaba de donde-
-¿Dónde estas ahora?-
-Estoy lejos pero voy a llegar en pocos minutos...sigo caminando, mejor voy a correr.-
-Ja ja ja ja ja ja-
-Por que te ríes.- ¿No me crees?-
-Quisiera creerte, me gustaría conocerte. Te encuentro simpático, por lo menos me estas haciendo reír y falta que me hacía, puesto que tuve un día muy atareado en la oficina y además una discusión tonta con la jefa, vieja jodida que ya no la aguanto, cualquier día de estos la voy a mandar al carajo...-
-Ya pues, no estés enojada, al mal tiempo buena cara y aguanta a la vieja tal como aguantas ese viento, también jodido, que hay en tu ciudad.-
-¿Cómo sabes del viento? Si tienes razón es mejor aguantar, los tiempos no están para quedar sin trabajo y menos por discutir con una vieja pesada que algo le esta faltando.-
-¿Qué le esta faltando?-
-Supongo que algo le falta, por el genio que tiene.-
-Cuéntame ¿Y a ti no te falta nada?-
-Mmmmm ji ji ji ji ¿Qué crees tú?-
-No se, te pregunto. Todos tenemos siempre alguna carencia, también yo, pues algo creo que me esta faltando...-
-¿Qué te esta faltando?-
-Mmmmmm ja ja ja ja ja ¿Qué crees tú?-
-¿Qué haces?-
-Sigo caminando, ya estoy cerca de tu casa.-
-Si claro, voy a hacer como que te creo. Me esta gustando el jueguito.- ¿Dónde estas?-
-Ya estoy en tu barrio, voy caminando por la calle Del Parque...-
-¿Qué calle?-
-Calle del Parque.-
-Oye, esa es la calle principal de mi barrio-
-Linda la calle, estoy entre Las Acacias y Los Naranjos-
- mmmm, este...-
-¿Cómo dices, no te escucho bien. ¿Tú me escuchas?-
-Si. Si, pero...-
-¿Pero que?-
-Pero ¿Cómo sabes de esas calles? ¿Estas con un plano? Eso esta cerca de mi casa.-
-Entonces voy bien, o sea que te voy a ver luego. Ahora voy cruzando una calle ancha que se llama, se llama, espera voy a leer el letrero, se llama Paseo de las Rosas.-
-¡Oooooh! ¿Tú conoces este barrio? ¿Cómo sabes el nombre de las calles? ¿Estas con un plano?
-Bueno fácil, si voy caminando por ellas y veo los letreros en las esquinas.-
-Oye no puede ser...hay algo raro, me estas asustando... ¿Estas viendo un plano?-
-Ahora sigo por el Paseo de las Rosas hacia la avenida ancha, allá al fondo donde se ve bastante movimiento de vehículos....-
-Esa es la Avenida Central, la que va hacia el centro de ciudad... no, no debo caer en tu juego.-
-Voy a cruzar una calle mas angosta que tiene una corrida de árboles altos, parecen pinos..., no veo el nombre, los árboles hacen mucha sombra.-
-¡Los Pinos!, esa es mi calle, ahí vivo yo. No, no te creo, no puede ser, me estas mintiendo.-
-No pues, porqué te voy a mentir, no hay razón para ello.-
-¿Tu eres vidente o algo por el estilo? ¿O me estas tomando el pelo? Pero es que todo es tan real que no se que pensar.-
-No. No soy vidente, ni adivino, ni brujo, ojalá lo fuera, simplemente estoy en este barrio tuyo que por lo demás es muy lindo. Tu casa debe ser esa que esta en la vereda norte de la calle Los Pinos, antes de llegar a Los Limoneros, esa de reja verde...-
-¡Ayayay! ¡ayayay! No puede ser... no puede ser... me estas mintiendo, estas jugando conmigo.... Sí, esa es mi casa. Cómo puedes saberlo si tú nunca has estado por acá. ¿O si?-
-No mujer, nunca he estado por aquí y no estoy jugando. Pero espera un poco mas, me olvide de pasar a comprar facturas voy a ese negocio que esta en la esquina de la avenida Central con el Paseo de las Rosas, me imagino la misma esquina donde tú tomas por la mañana el colectivo que te lleva al trabajo.-
-Sss... Estoy cayendo en el jueguito... No me explico como puedes saber tanto si tú no conoces esta ciudad y además estas lejos. Nunca me has visto, no puede ser. Por favor dime la verdad....-
-¿Qué verdad? La verdad es que ya compre las facturas, no había con crema pastelera, solamente con dulce de leche, espero que igual te gusten. Ahora voy para tu casa, esta haciendo bastante frío y parece que la lluvia ya se larga, parece que va a ser fuerte el temporal y yo me vine con camisa delgada, un chaleco de hilo liviano y con zapatillas de lona, parece que esta noche voy a tener que quedarme en tu casa, ¿Qué dices?¿Me dejas quedarme contigo?-
-No se, no se, no se que decir. Esto no puede ser, ya estoy imaginando que en estos momentos vas a llamar a mi puerta y no se como voy a reaccionar...debo estar soñando, pero te estoy escuchando y algo me retiene y no puedo cortar.-
-No, no estas soñando mujer, vas a ver que en unos minutos estoy contigo y todo es realidad y espero que sea una dulce realidad igual que las facturas que compré, esas con dulce de leche.-
-A ver, a ver... no se... bueno ya que eres vidente dime, realmente no me atrevo a preguntar, me da miedo, pero dime ¿Qué llevo puesto?-
-¿Qué llevas puesto? ¿Te refieres a ropa?-
-Si-
-A ver, a ver, llevas, llevas, la verdad no puedo visualizarte muy bien y como ya te dije no soy vidente ni brujo, solo veo lo que veo.-
-Entonces me has estado mintiendo todo este rato. Pero... no, no creo, por que todo lo que has dicho es real, pero ahora me entran dudas, no puedes saber que es lo llevo puesto.-
-La verdad que no alcanzo a distinguir muy bien pero parece que llevas un pijama de dos piezas de color claro y una bata hasta la rodilla con flores azules, verdes y amarillas....-
-Ja ja ja ja ja te equivocaste, hasta aquí llego tu jueguito, menos mal que te pillé, por que la verdad es que me tenias sumamente asustada, ya no sabía que pensar...-
-Voy llegando a tu puerta, lindo tu antejardín, se ven preciosas las lavandas del rincón
y también esta hermoso ese macizo de petunias, y ese rosal con flores encendidas es magnífico, se nota la mano de una mujer hermosa y apasionada....-
-Si, claro ahora te sigo, solo estas adivinado. Gracias, me gustan las plantas y las flores, sobre todo me gusta la naturaleza... ves otra vez estoy cayendo en tu juego, pero no se ya que pensar, si mi jardín realmente es así.
-Espera, espera, espera mujer ahora veo mejor, realmente ahora te veo bien. Las flores de colores azules, verdes y amarillas no son de una bata ¡Son las cortinas! ¡Ahora te veo bien! ¡Ahora si!, estas parada frente a la ventana, al lado de esa lámpara de pie, solo llevas una bata transparente y en este momento la llevas abierta por delante y veo unas redondeces exquisitas, unos muslos blancos, tentadores y un monte sublime... ¡aah que belleza es la que estoy viendo!...-
-No. No. No puede ser... no puede ser...es cierto que me estas viendo... pero esto no esta pasando....Por favor no sigas, no sigas.... ¿Que hago, que hago? Voy a cortar... voy a cortar....-
-Estoy en la puerta voy a tocar el timbre.....-
-Por favor no, no por favor, voy a cortar, voy a cortar, tengo que cortar...-
Pipipipipipipip.....se escucha el sonido de una comunicación al cortarse o ¿Es el sonido del timbre de la puerta de una casa, en una calle de un lindo barrio, en una ventosa ciudad del sur?
© Derechos Reservados - Vicente Herrera Márquez - Nº 166350 - Chile

miércoles, abril 19, 2006

Viaje de vida y vuelta

Vicente Herrera Márquez

Es un día de verano, de calor sofocante. El sol de las tres de la tarde arroja sus rayos, casi perpendiculares, sobre los bien cuidados prados del parque, enclavado en los faldeos de la pre-cordillera. Algunas aves, en realidad muy pocas a esa hora, sacuden levemente el follaje de los bellos árboles que lo adornan. Especies nativas como peumos o arrayanes o exóticas como castaños de la india, tujas y abedules, se yerguen elegantes. Manchones de vistosas flores de temporada, como petunias, vinkas, orejas de oso, bordeadas de allíssiums y aghateas, matizan las grandes extensiones verdes. No hay brisa alguna, es la gran ausente. El silencio lo interrumpen los pocos visitantes que buscan la sombra densa de un aromo o la tenue de un jacarandá.
Se escucha a lo lejos un rumor que comienza a alterar la tranquilidad del parque.
Son puntuales. A las quince horas, se leía en el obituario del periódico: serán las exequias del importante hombre de negocios, ejemplar jefe de familia, distinguido vecino e intachable servidor público, fulano de tal y se realizaran en el cementerio-parque ubicado en determinado lugar.
Es un largo cortejo el que llega: dos lujosas carrozas, enormes, repletas de coronas multicolores; una elegante limusina; autos modernos de conocidas marcas y modelos; mas atrás autos menos vistosos y cierra la comitiva un microbús amarillo.
De la limusina bajan los que deben ser los parientes más cercanos, mujeres y hombres de riguroso luto. Ellos con corbata negra, ellas con sombrero y velo negros y además todos con anteojos oscuros. De los otros automóviles bajan hombres, mujeres y niños, todos vestidos formalmente a pesar del calor reinante; entre ellos se distingue un sacerdote católico. Los últimos que se van agregando a la marcha por los senderos del cementerio son personas más sencillas, muchos con jeans y en mangas de camisa. Cierra la comitiva un grupo considerable de jóvenes, aparentemente de un club, ya que todos visten una camiseta deportiva de igual color y además portan un estandarte.
Después de transitar por distintos senderos bordeados de verde y abrazados por la canícula estival, llega el cortejo a un gran prado donde se destaca un toldo de lona, también verde, que da sombra a los deudos, parientes y amigos más cercanos. La gran mayoría debe soportar la implacable agresión del sol.
El primero en hacer uso de la palabra, luego de un responso religioso, es el sacerdote, que con palabras repetidas decenas de veces, destaca a grandes rasgos las cualidades del fallecido: buen padre, mejor esposo, excelente abuelo, devoto creyente y activo colaborador de las obras de la parroquia.
Luego le toca el turno a un miembro de una colectividad política, por la cual el occiso demostró alguna afinidad. Después de recalcar lo dicho anteriormente por el cura, agrega a ello, las cualidades de rectitud, entrega y probidad que demostró en su vida como miembro activo de la comunidad.
Le corresponde continuar, en los discursos, a un socio del club ecuestre, al que perteneció el difunto. Alaba las dotes de deportista que éste tenía, su amor por los caballos, su pasión por el rodeo, sus conocimientos enológicos, además con ello recuerda a los presentes la ascendencia de familia tradicional, propietaria de caballos y viñedos en la zona de Colchagua.
También hace uso de la palabra, alguien que se dice amigo y compañero de colegio y universidad, el cual recuerda situaciones vividas juntos; los honores obtenidos, el exitoso desempeño de su carrera y alguna anécdota en la antigua escuela de ingeniería de la calle Beauchef.
Al parecer ya nadie más, de los que están en primera fila, quiere decir algo; por lo tanto puede al fin acercarse al pequeño estrado de los oradores, el representante de los trabajadores de la empresa propiedad de la familia del difunto. Recuerda, como empleado antiguo, los inicios difíciles de la entonces pequeña fábrica textil, a mediados de la década de los cincuenta; los obstáculos que tuvieron que sortear, los momentos de incertidumbre, las dificultades políticas de los años setenta, las crisis económicas. Pero como, a pesar de todo ello, con la fuerza y voluntad del fallecido en conjunto con todos sus trabajadores, a los que él quería como si fueran su familia, lograron vencer todas las barreras y hoy agradecidos son parte de una gran empresa.
A ésta altura del sepelio, ya muchos, tanto deudos directos, familiares, amigos y otros asistentes, comienzan a impacientarse, sea por lo lato de los discursos, sea por el calor reinante.
Un hombre de avanzada edad, de espalda encorvada, vestido en forma humilde, apoyado en un bastón, que se encuentra entre los asistentes; que escuchó pacientemente todos los discursos y que comenzaba a dudar de que fuera el amigo de tantos años y de tantas correrías a quien estaban despidiendo, después de oír al representante de los trabajadores se da cuenta de que sí es su amigo. Sí, realmente es su amigo, quien yace en el lujoso ataúd que espera entrar por la boca de la tumba abierta en el verde prado y fue lo dicho por el viejo trabajador lo que lo anima a acercarse y solicitar le permitan decir algunas palabras, aduciendo ser un amigo de toda una vida.
Los deudos no prestan atención a su pedido y lo ignoran, salvo dos personas: un joven, aparentemente, nieto del occiso, elegantemente vestido con traje, corbata y lentes oscuros y una muchacha de unos dieciocho años, vestida con jeans ajustados, blusa blanca, lentes no tan oscuros y un pañuelo negro amarrado en la muñeca izquierda; los que sí se interesan en aquel hombre que espera una respuesta para despedirse del amigo.
El anciano sigue insistiendo en la amistad que lo unía al muerto y en su deseo de decir algunas frases de recordación y despedida, más nadie le presta atención.
El cura dice una última oración y todos comienzan a retirarse.
En menos de quince minutos ya se han retirado todas las personas de negro y las de tenidas formales. Solo quedan los jóvenes deportistas del microbús amarillo, entre los que sobresale alguien de cabellos muy canos; también un señor de unos cincuenta años en una silla de ruedas junto a un muchacho de mas o menos catorce años; dos mujeres de mediana edad, que se encuentran un poco alejadas a la sombra de un solitario jacarandá en medio del prado; antiguos trabajadores de la empresa; el anciano amigo que había querido decir algunas palabras y los dos jóvenes que habían querido oír lo que aquel quería expresar.
El joven de traje negro se acerca a los encargados de cubrir la sepultura y les pide esperar un poco mas, luego sacándose los lentes y la corbata se acerca al hombre viejo y le pide que diga lo que al parecer todos los que allí se encuentran, quieren escuchar.
El anciano, con paso lento, se acerca al féretro, carraspea, levanta la cabeza y deposita en los presentes una mirada tranquila y serena; trata de hablar pero no puede. Nuevamente carraspea, traga saliva y de su boca comienzan a brotar estas palabras:
-Amigo mío, casi medio siglo ha pasado desde la última vez que nos vimos, allá en un terminal de buses en una ciudad del sur argentino. Por la prensa me enteré de tu partida de este mundo y a pesar de los años transcurridos quise venir a despedirte, a desearte buen viaje por los caminos del retorno. Retorno, que más tarde o más temprano, todos debemos emprender. De la tierra nacemos y a la tierra tenemos que volver.
Cuando llegué aquí, a éste, ahora tu parque, y vi. la cantidad de gente que venía a despedirte o a dejarte a este lugar, pensé que no iba a poder hablar contigo, por lo tanto me arme de la paciencia que he juntado en casi un siglo de estadía en esta vida y me dije: voy a esperar que se acaben los discursos, que se acallen los llantos, que se aleje la pompa y cuando quedemos solos vamos a recordar ese otro medio siglo que al trote o galopando recorrimos, acortando distancias, gozando la libertad y girando a cuenta de nuestra, entonces, eternidad.
Pero como muchas otras veces, me equivoqué, al parecer no soy el único que quiere estar más tiempo contigo. Somos muchos los que aquí aún estamos presentes y lo más probable es que seremos los únicos que seguiremos estando contigo o tú estando en nosotros.
Por eso, amigo mío, quiero compartir con todos los que en este momento nos rodean, un poco, o mejor dicho, lo poco que recuerdo de aquel otro medio siglo que no conocen y que no quisieron conocer los que se retiraron.
Allá por el año 1920, ya corríamos juntos tras un volantín y ensuciábamos nuestras rodillas jugando a las bolitas o éramos cómplices en las bromas que hacíamos a nuestros compañeros del cuarto año en aquella escuelita primaria en San Fernando. Siempre recuerdo aquella vez que pusimos una lagartija muerta en el bolsillo del hijo del turco, dueño del almacén; o la vez que dejamos encerrada en el baño, a la hora de salida, a la Maria Luisa, hija de la modista y tantas otras bromas que solo a nosotros se nos ocurrían.
Cuando terminamos el sexto año de enseñanza básica, nadie, ni nosotros, pensamos que tendríamos que seguir estudiando. Ambos sabíamos lo que nos esperaba, esto era trabajar; ya que nuestras familias eran de origen campesino, pobres, labradores de la tierra, cosechadores de la tierra, hijos de la tierra, pero no dueños de ella.
Tú vivías con tu padre, tu madre y dos hermanos. Yo vivía solo con mi madre. A mi padre nunca lo conocí, mi mamá siempre me decía que se había ido a trabajar a otro país y nunca más se había sabido de él. Recuerdo sí, que siempre tu padre llegaba a mi casa y le llevaba a mi madre alimentos y dinero. Perdona amigo que nunca te haya contado esto. Tú vivías en un extremo del pueblo, yo en el otro.
Muy pronto tu padre te llevó a trabajar con él en el fundo del patrón, cerca de Peralillo. También me llevó a mí. Empezamos ayudando en las siembras y en las cosechas, luego aprendimos la ordeña y el cuidado de las vacas, pronto supimos cuando hay que destetar un ternero y cuando hay que castrarlo para que se convierta en buey.
En las viñas empezamos entresacando hojas y cortando pampanitos; muy pronto supimos que era una cepa cabernet, merlot o semillón y también pronto aprendimos a paladear el sabor de ellas, probando a escondidas, con una manguerita, los mostos que maduraban en las bodegas.
Luego aprendimos de caballos: como amansar un potro, como enseñarles a obedecer el manejo de riendas y las ordenes del jinete; como atajar un novillo en la medialuna; como ayudar a una yegua en su parición y como correr y ganar una carrera a la chilena. Esa en la que solamente compiten dos colleras, cada una: caballo y jinete, cual centauros. De allí tus conocimientos de caballos, de vinos y viñedos. Sí, claro, yo también adquirí esos conocimientos y juntos muchos otros, pero hoy, estamos hablando de ti.
Tu padre, que llegó a ser la mano derecha del patrón, siempre disponía que en todo trabajo estuviéramos juntos y que donde tú fueras o estuvieras, fuera y estuviera también yo. Muchos pensaban que éramos hermanos, a pesar de nuestras diferencias, tu eras mas bien rubio, fornido y alto, en cambio yo bastante mas bajo, moreno y flacuchento; además teníamos la misma edad. Tú tenías la nariz igual a la de tu padre y por extraña coincidencia yo también. El nunca hacía ningún distingo entre los dos.
Gran hombre tu padre. Además de las labores propias del campo, nos enseñó a enfrentar la vida con entusiasmo y alegría; a no aflojar en las dificultades; a mirar de frente y actuar con verdad; a jugársela por un amigo; a respetar a las mujeres y a escuchar a los viejos.
Cuado cumplimos diecisiete, tu padre nos llevó a los dos, un sábado por la noche, por una calle estrecha y oscura en las afueras de San Fernando; golpeó en una puerta de mampara tenuemente iluminada por un pequeño farol, parece que lo conocían y esperaban, ya que el saludo fue muy familiar. Si afuera era oscuridad y silencio adentro era lo contrario: luces, música, jolgorio y mujeres, muchas mujeres. Tu padre se acercó a una de ellas, la de más edad, después de saludarla en forma muy efusiva le dijo:
-Aquí le traigo a mis chiquillos....
Allí para nosotros comenzó otra vida, cuando salimos miramos el mundo con otros ojos, ahora, ya éramos hombres.
Y como hombres nos sentimos dueños del mundo y administradores de nuestra libertad. Nunca nos amarramos a partidos políticos. Nunca nos sometimos a ideologías ni comulgamos con religiones. Nunca fuimos buenos para tomar, solo lo justo y necesario. Sí nos gustó la buena y abundante mesa. Nunca nos atrajo el juego y el azar, mas nos sedujo ganar nuestra plata trabajando. Nunca buscamos camorra ni pendencia. Si por alguna razón había que defenderse o proteger al más débil, éramos leones.
Pero si algo nos gustó en la vida fueron las mujeres, tan bellas ellas, eran tantas, y nosotros solamente dos y queríamos complacerlas a todas.
Con los dieciocho llegó el llamado al servicio militar y nuestro aliado el destino, o tu padre, nos llevó a ambos al mismo regimiento, al de Ingenieros de Puente Alto. Nos toco trabajar en el ferrocarril de montaña que iba de Puente Alto hasta la localidad de El Volcán. Allí trepando la montaña lentamente aprendimos de rieles, durmientes, cremalleras, locomotoras, vagones, desvíos y señales.
En nuestras salidas, ahí a un paso, Santiago nos brindó sus atracciones y su bullicio; sus vitrinas y tentaciones; sus paseos y diversiones; sus luces y sus mujeres, sobre todo sus mujeres. Muchas veces estuvimos a punto de desertar, por causa de alguna damisela prendada de nuestros encantos.
Después de haber cumplido con el deber, encontramos trabajo rápidamente en la Empresa de Ferrocarriles del Estado.
No había pasado ni siquiera un año, cuando tuvimos que renunciar a este trabajo y abordar uno de los mismos trenes, a los que le hacíamos reparaciones en la maestranza de San Bernardo. Con destino desconocido, con rumbo al norte, huyendo de sendos romances que pronto darían su fruto.
Aun éramos muy jóvenes para amarrarnos, queríamos conocer otros lugares, obtener experiencias, ganar plata, sentir la vida, gozar la miel de otros labios… y vaya que la gozamos.
Y así comenzamos a trepar por el mapa de América del Sur, meta para empezar, el norte de Chile, rumbo al Trópico de Capricornio.
Aramos campos y construimos canales en el valle del Limarí. Molimos roca y obtuvimos oro en los trapiches de Andacollo. Fuimos carrilanos en Caldera y Copiapó. Pirquineros en Chañaral. Cargadores en el puerto de Antofagasta. Rompimos la dura costra del caliche en las salitreras: Chacabuco, Victoria y Pampa Unión.
Estando junto al monolito que señala el Trópico de Capricornio entre Antofagasta y la estación Baquedano nos pusimos otra meta: el Ecuador.
Nos embarcamos en Iquique en un barco con sus bodegas repletas de salitre, rumbo al norte, Guayaquil nuestro puerto de destino, comenzamos trabajando en una plantación bananera. Pero nuestros conocimientos de agricultura, viñedos, ganadería, caballos y además los conocimientos técnicos adquiridos en el servicio militar nos abrían las puertas y nunca nos falto trabajo y además bien remunerado.
Estando en Quito, fuimos un día al punto exacto donde la tierra se divide en dos hemisferios: la línea del Ecuador. Allí pensamos que nuestra próxima meta debería ser mas al norte, quizás el Trópico de Cáncer. Después de meditarlo largo rato, decidimos que era mejor comenzar a volver, pero, sin apuro dando una vuelta larga, larga, hasta que la nostalgia nos pidiera apurar el regreso.
Así es como recorrimos Perú de norte a sur: Piura, Chiclayo. Nos desviamos a Iquitos, aquí nos tentó el Amazonas y dos morenas, exuberantes como la misma selva, que eran parte de una expedición de aventureros que recorrerían el gran rió. Nos llevó pensarlo algunos meses. No recuerdo si le tuvimos miedo al rió, a las morenas exuberantes o a los mosquitos, pero al final volvimos a la costa y seguimos hacia el sur. Chimbote, Trujillo, Lima, Cuzco, Arequipa. Un par de años en recorrer Perú, ya habían pasado como doce desde que nos embarcamos en la estación Mapocho, en Santiago, arrancando de un destino para aventurar en otro.
De Arequipa: ¿Para dónde? ¿Volver a Chile? Todavía no. Quedaba bastante por recorrer y nuestros pies y nuestros espíritus aun estaban plenos de juventud. Nos llamó Bolivia a recorrer sus caminos y a conocer sus mujeres.
La Paz, mucha altura, no nos gusto, poco tiempo estuvimos allí, recorrimos el altiplano, Oruro, Sucre, Potosí, un año en Cochabamba y luego nos atrajo Santa Cruz. Nos atrajo la hospitalidad, la alegría y las ganas de trabajar de la gente de esa parte de Bolivia: el pueblo Camba.
Fueron como siete u ocho años allí, tiempo en el que logramos montar una pequeña fábrica de hilados de algodón. Un viejo catalán avecindado en esas tierras, nos enseñó los secretos y las técnicas para trabajar esta fibra vegetal, especialidad que tú llegaste a dominar a la perfección.
Pero algo más había en Santa Cruz que nos detuvo, nos sedujo, y nos atrapó, durante aquellos siete u ocho años que estuvimos trabajando el algodón.-
¿Qué creen ustedes?-
Pregunta el viejo, a todos los presentes, que lo escuchaban atentamente y que parece habían olvidado la inclemencia del sol. Los mira detenidamente, todos sonríen.
-Sí. Eso mismo que están pensando. Eso mismo.
Las mujeres más bellas de Bolivia, mejor dicho, de América del Sur o tal vez del
mundo. Tan bellas, que tan solo por eso, los chilenos deberíamos considerar
devolver territorio, para que las cruceñas tengan playas propias donde puedan mostrarnos sus encantos, y así tenerlas más cerca de nosotros.
Después de ocho años en Santa Cruz, la sirena del tren ya sonaba anunciándonos que era hora de partir. Dejamos la fábrica en buen pie y ya con algún valor a nombre de las dos mujeres cruceñas que dieron descendencia boliviana a estos dos huasos colchagüinos.
Un largo viaje, en un lento tren hasta Puerto Suárez en el límite pantanoso entre Paraguay y Brasil. Cruzando la frontera y a orillas del río Paraguay: Corumbá, Brasil.
Ancho y caudaloso es el río Paraguay. Allí trabajamos en una plantación de algodón, en las minas de hierro y manganeso y también en las jangadas, esto es como llevar un arreo de troncos, aprovechando la corriente del río. Realizando este trabajo al caer de uno de ellos que no pude dominar en un lugar de fuerte corriente, me vi. atrapado en una vorágine de troncos que como animales desbocados venían hacia mi, nada podía hacer y creo que nadie podía hacer algo. Antes que me alcanzaran los troncos, ya desfalleciendo, alcancé a verte, a ti, amigo mío, que te lanzaste a las aguas desafiando la embestida de la jangada.
Desperté dolorido y maltrecho viajando en un tren atravesando Brasil. Tú como si nada hubiera pasado, un par de asientos mas atrás tratando de enamorar una mulata. Nunca te agradecí el que me hubieras salvado de morir aplastado por los troncos, si lo hubiera hecho, no le habrías dado importancia, ya que siempre pensaste que debías protegerme como al hermano menor o al hermano mas débil. Con el tiempo y la vida he llegado a convencerme que tú sabias realmente lo que para mí fue siempre una sospecha.
Brasil, cuatro o cinco años mas, Río de Janeiro, Sao Paulo, Belo Horizonte, Santos, Curitiba, Blumenau. Florianópolis, Porto Alegre, en cada ciudad un trabajo, en cada ciudad una mujer, mulatas en Belo Horizonte, Río o Sao Paulo, rubias hacia el sur.
Montevideo, Uruguay, solamente de pasada, no más de un mes y ningún romance o aventura que nos detuviera por más tiempo.
Cruzamos el Río de la Plata: Buenos Aires. Esta ciudad nos trastornó. Aquí no trabajamos, tampoco descansamos. Las noches fueron días, los días fueron noches. Al ritmo del tango y la milonga hicimos historia en el centro y los suburbios porteños. No recuerdo cuantos meses disfrutamos de parte de nuestras ganancias, pero Buenos Aires, bien valía un Perú.
Aquí, solamente tú, en una de esas noches de largo festín arrabalero, volviste a caer en las redes del amor. Un gran amor…
La meta, hacía ya tiempo que había dejado de ser alejarse, la meta era ahora volver. Pero se acuerdan que habíamos dicho dando una vuelta larga, era el momento, tomar un tren, Buenos Aires­-Mendoza-Santiago y en casa.
Pero nos llamó el viento del sur, el que azota las estepas de la patagonia argentina. En Comodoro Rivadavia se vivía la fiebre del oro negro: el petróleo. Hacia allá partimos los tres, tú, tu mujer y yo, debe haber sido más o menos el año 1943 o el 1944.
Allí, por contactos hechos en Buenos Aires llegamos directamente a trabajar a una compañía de ferrocarriles de la zona petrolera. Al poco andar ya éramos técnicos de alto nivel. Y la verdad es que, lo éramos, ya que la suma de todos los conocimientos logrados en nuestro periplo, eran mérito, mas que suficiente para ostentar hasta el título de ingeniero; título obtenido en el viaje de toda una vida, que juntos hicimos por los caminos sudamericanos y no en la vieja escuela de ingeniería de la calle Beauchef, lugar por el cual solo pasamos alguna vez por sus veredas, buscando la complicidad de los añosos árboles del entonces Parque Cuosiño, hoy O´Higgins, allá por el tiempo de nuestra milicia y nuestros amores de juventud.
Como ocho años más de trabajo duro, sacrificado, pero rentable, era mucho tiempo para ti, no para mí, yo ya quería afianzar raíces, así que partiste tu solo. Tu mujer y tu hija tampoco quisieron seguirte en tu aventura. Tu destino Santiago, entrando a Chile por Coyhaique.
Nos despedimos en la estación de buses, un día de abril, no recuerdo el año, si recuerdo que el sol estaba de un color rojizo y poco alumbraba, eran los días del gran incendio de bosques en la provincia de Aysén, incendio que duro meses y la nube de humo cubría esa zona de la patagonia argentina desde la cordillera hasta el Golfo de San Jorge en el océano Atlántico.
Nunca mas volvimos a vernos, aunque yo siempre busque la forma de saber de ti y de tu vida, como así, también se, que tú te las arreglabas para saber de mi, de tu mujer argentina; la que al poco tiempo de tu partida y hasta su muerte fue mi mujer; de tu hija, de tu nieto inválido y de tu biznieto. Para ellos fui el padre, el abuelo y el bisabuelo, pero nunca les oculté que tú eras el verdadero.
Sé muy bien que al llegar a Santiago, lo primero que hiciste fue ubicar la mujer, mejor dicho ubicaste a las dos mujeres que quedaron embarazadas hacía mas de treinta años, cuando huimos en un tren rumbo al norte y te hiciste cargo de ellas, de tu hija, de mi hijo, de nuestros nietos.
Sé también que tu hija tuvo dos hijos, una mujer y un hombre, tu nieto fue un promisorio futbolista que murió trágicamente en un accidente de aviación y que en su memoria fundaste y mantienes un club que lleva su nombre y aquí están hoy los jóvenes que visten la camiseta de ese club, para mostrarte su respeto y agradecer tu voluntad de que se siga entregando el aporte para mantener en pie la gloria de esa institución. Sé también que tu hija te dio dos biznietos, un hombre y una mujer, ella esta hoy aquí.-
La joven de jeans y pañuelo negro hizo un gesto levantando su mano.
-Aquí, en la silla de ruedas esta tu nieto argentino y a su lado su hijo, ellos también son mi nieto y mi bisnieto.
Con los muchachos del club esta su presidente, ese caballero de pelo blanco, mi nieto, el que tu ayudaste, cuando volviste como si fuera tuyo y que siempre te llamó Tata.
Allí, bajo la sombra de aquel árbol esas dos mujeres hermosas son bolivianas, mejor dicho cruceñas, una es tu nieta y la otra mi nieta, sus maridos dirigen una gran empresa textil en Santa Cruz.
También los trabajadores de tu empresa están aquí, se quedaron para escucharme y así testimoniar el aprecio que te tuvieron.
Esto es lo que puedo recordar de lo que vivimos y pasamos juntos. Se muy bien que hay otra familia a la cual no conozco y a la que le entrego mis condolencias y mi respeto en la persona de este joven que discutió con ellos para que le permitieran que yo dijera estas pocas palabras que todos ustedes tuvieron la paciencia de escuchar. Este joven también ahora lo considero mi nieto.
-Gracias amigos por escuchar, a pesar de este sol que abrasa.
El anciano se acercó al féretro y apoyando una mano sobre éste continúo diciendo:
-Agradezco a la vida me haya permitido estar aquí, para poder rendirte este humilde homenaje.-
-Amigo mío, gracias por ser como fuiste.-
-Gracias por tu amistad.-
-Gracias por darme fuerzas en los momentos de flaqueza.-
-Gracias por arrebatarme de la muerte en las aguas del Paraguay.-
-Gracias por irte un poco antes para poder rendirte este tributo.-
-Gracias por ser mi hermano.-
-Gracias y hasta muy, pero muy pronto, hermano mío, pues yo también estoy llegando al final de nuestro viaje de regreso.
El joven nieto y la biznieta, aquella niña del pañuelo negro en la muñeca, se acercaron al anciano y mientras lo abrazaban fuertemente, el joven emocionado le manifestó:
-Usted realmente conoció al abuelo, le damos gracias por ser su amigo y gracias por permitirnos conocer a dos grandes hombres: nuestro abuelo y su gran amigo y hermano.
Todos los allí presentes, con lágrimas en los ojos y una gran sonrisa en los labios, coronaron la escena con un sonoro: ¡BRAVO! y un fuerte aplauso, que se escucharon en todos los rincones del parque.
© Derechos Reservados - Vicente Herrera Márquez - Nº 166350 - Chile

viernes, febrero 24, 2006

Pastel de jurel

Vicente Herrera Márquez

Era uno de esos fines de semana en que uno trata de encoger el calendario para que el fin de mes llegue pronto, y por otro lado hacer lo posible para estirar y hacer rendir las pocas “lucas” que están quedando, en el bolsillo, la billetera o la cuenta donde mensualmente te depositan la escuálida pensión.
Pomposamente, en mi caso se llama: Pensión de Vejez Anticipada. O sea, aquella que se logra cuando ya nadie te da trabajo, por que te encuentran muy viejo, pasado de época, por que hay jóvenes mas baratos o incluso hasta por feo. Por lo tanto no queda otra que envejecer en forma anticipada, o sea robarle años a la jubilación, única forma de poder contar con un pequeño “billete” para sobrevivir y pasar el tiempo, aunque sea “a medio morir saltando”.
Justo ese día domingo, seguramente debido a algunas conjunciones astrales, se confabularon varias situaciones, unas buenas y otras no tan buenas.
Estas son las buenas: Primera: el día, a pesar de ser invierno, estaba precioso, incluso el sol me pidió que abriera todas las ventanas. Segunda: me levanté de muy buen ánimo, hasta un par de días antes había soportado por casi dos semanas una fuerte gripe, que me tuvo a mal traer. Tercera: la noche anterior me había llamado Juanita, mi “polola,” anunciándome visita para hoy, después de un mes que no nos veíamos. Esta última era muy, pero muy, buena; lo mejor de la conjunción astral.
Entre las malas, realmente era una sola, aquella que ya comenté al empezar este relato: la débil y tambaleante situación monetaria a esa altura del mes. Y realmente era la que mas me complicaba.
Pensé: ¿como y con que voy a atender a mi visita? En el refrigerador solo había: cuatro huevos, dos tomates, una mata de lechuga; un pote con un poco de margarina, un trozo de queso fresco que había comprado esa mañana; una bolsita con aceitunas, que no me explico como todavía estaban allí; una fuente de vidrio con jalea de frambuesa que había hecho el día anterior; una manzana, una pera y dos limones sobrantes de la gripe, nada mas. En el freezer, perdidas entre el hielo, dos salchichas congeladas y ningún otro alimento, solamente hielo y más hielo, al verlo me imaginé: así debe ser el campo de hielo sur allá en la patagonia.
Luego revisé la despensa, es decir ese mueble blanco donde guardo los platos, tazas, copas (vasos), y las pocas mercaderías que con mi menguada fortuna logro atesorar durante el mes. Rápidamente hice el inventario de lo que allí había: un paquete de azúcar, un paquete de tallarines, dos sobres de “sopa para uno”, un poco de arroz, un paquete de cochayuyo seco, medio kilo de harina tostada, un tarro de jurel en conserva, un tarrito de crema y una botella de pisco con poco mas de la mitad, también saldo de la gripe. También había, aun sin abrir, una botella de ginebra, que días atrás me había traído una hija, desde Buenos Aires.
En la bolsa donde guardo las papas, papas no había, solo quedaban dos cebollas y unos cuantos dientes de ajo, un poco añejos, pero servían.
Con todo esto o con algo de ello tendría que ingeniármelas para preparar un banquete sin tener que recurrir a lo poco que podría entregarme el cajero automático del supermercado, que queda como a seis cuadras del departamento. Por un lado no quería caminar, para no cansarme, y por otro esa platita no podía gastarla, era para pagar la cuenta del teléfono.
Al mirar por la ventana de la cocina, me di cuenta que en una de las ramas del árbol que esta frente a ella, estaba tomando el sol, el gato de los vecinos del primer piso, seguramente esperando el llamado de alguna gata en celo que ande con su agosto adelantado. Mire al gato detenidamente, lindo animal, gordito, me lo imaginé como si fuera un lechoncito, para asarlo en el horno y llevarlo a la mesa rodeado de papitas duquesa y puré de manzanas….
En el bolsillo, tres “lucas”. Con ellas fui comprar al almacén de la esquina. Me alcanzó para medio kilo pan, una botella, mejor dicho, una caja de vino tinto, una bebida cola para preparar un aperitivo, un paté de ternera (barato) y un paquete de galletitas para cóctel. Con todo esto volví al departamento, con la mente tratando de determinar cual iba a ser el menú que iba a preparar para agasajar a mí enamorada.
A todo esto, me acordé de otra posible carencia, muy importante en aquellas circunstancias. Llegué al departamento y corrí al dormitorio, abrí el primer cajón del velador, nada, abrí el segundo y nada, ya con cierta desesperación abrí el tercero y menos mal, allí estaba, una quedaba una de esas pastillitas azules que tomo para aquellas ocasiones en las cuales, no se debe quedar feo, mas si uno ya pasó los sesenta y ella aun no tiene ni la mínima idea de lo que es la menopausia. Me la eche al bolsillo, para no olvidarme de tomarla en el momento que correspondiera.
Era las diez de la mañana de ese lindo día domingo 24 de junio; calculé que ella llegaría mas o menos a la una, pensé que era tiempo suficiente para hacer un poco de aseo, hacer la cama, por supuesto cambiando las sábanas y ventilar el departamento. Por fortuna quedaba un resto de spray con aroma a flores del campo, el cual esparcí por todos lados.
Lo principal en ese momento era determinar, llevar a la práctica y dejar preparado el menú definitivo; para luego, tranquilamente, darme una ducha que eliminara los efluvios producidos por el ajetreo de esa mañana y los olores propios del trabajo en la cocina y después esperar, con tranquilidad impaciente, la llegada de Juanita.
Haciendo un recuento de lo que disponía en mis bodegas fui haciendo un descarte. Rápidamente descarté las “sopas para uno”, no venían al caso, tal como lo dice su nombre, son para uno. Tallarines no podía ser, ya que no tenía salsa o algo para acompañarlos. Harina tostada ni pensarlo, no imagino un almuerzo romántico, tomando chupilca o comiendo harina frita con cebolla y ajo, pavo creo que le llaman. Cochayuyo, podría ser una ensalada, con cebolla picada queda muy rica, pero quedaría el departamento impregnado de ese fuerte olor al cocerlo. Me estaba quedando el tarro de jurel y el tarro de crema de leche. Plata para ir a comprar algo más, no quedaba. Por fortuna quedaba gas para cocinar y para la ducha.
Cuando puse el pan que había comprado en la caja donde lo guardo, había visto dos marraquetas que quedaban de no se cuantos días; rápidamente en la mente del chef se juntaron las imágenes del jurel, los panes duros, los huevos en el refrigerador, un poco de ajo, cebolla y aliños. Aliños nunca me faltan, tengo de todos; dicen, los entendidos, que muchos de ellos son excitantes y afrodisíacos, es por eso que siempre dispongo de un buen surtido de ellos. Ya estaba decidido cual sería el plato de fondo: pastel de jurel.
Ahora había que pensar en el aperitivo, en la entrada y en el postre, en el postre para comer, claro esta.
Entrada, de plano la descarté, los tomates y la lechuga preferí dejarlos para ensaladas que acompañen el plato de fondo. Para aperitivo tenía la botella de pisco y la botella de bebida cola que había comprado en la mañana, el queso, el paté, las aceitunas y las galletitas. Para el postre: la jalea de frambuesa, las frutas y el tarrito de crema.
Pensado y resuelto el problema del almuerzo. De solo pensarlo y pensar en mi visita, yo encontraba todo exquisito. Por lo tanto, me puse el delantal y manos a la obra.
Aquí voy anotar las recetas del menú por si alguna vez, algún colega pensionado, se enfrenta a una situación similar en las postrimerías del mes, cuando los recursos económicos son escuálidos.
Pastel de jurel (pescado).
Ingredientes:
1 tarro de jurel u otro pescado similar (el jurel es el mas barato)
2 panes añejos (ideal marraqueta, pan francés, remojado en agua tibia)
2 huevos
½ cebolla
2 dientes de ajo, sal, pimienta, perejil, comino y otros aliños
de acuerdo a su paladar o lo que disponga en su despensa

Preparación:
En una sartén se sofríe en un poco de aceite la cebolla y el ajo picado
Después de sacarle al pescado los huesitos, y la piel, se aplasta con un tenedor sin desmenuzarlo demasiado.
Se mezcla con el pan remojado, al cual se le ha sacado la cáscara.
Esta mezcla se revuelve con el sofrito y las yemas de los dos huevos.
Aparte se baten las claras hasta que adquieran una consistencia espumosa, a nieve creo que se llama.
Se agregan las claras batidas a la mezcla, se agregan los aliños, se revuelve suavemente y se coloca en un molde para horno, previamente aceitado o enmantequillado (puede ser con margarina).
Se lleva a horno moderado por tres cuarto de hora y listo el pastel.
Por supuesto que no encendí el horno, lo haría cuando ella llegara, calculé que como a la una o una y media.
Todo me estaba resultando bien, miré la hora, me quedaba tiempo para seguir preparando tranquilamente lo que faltaba, seguí por el postre. Con el postre me acordé del condimento que había guardado en el bolsillo, no tenía que olvidarme que llegado el momento tenía que tomarlo.
Pelé y piqué en cuadraditos la pera y la manzana y se los agregué a la jalea de frambuesa, la revolví y separé dos porciones a las cuales les di la forma de un volcán, luego sobre ellas esparcí la crema, simulando una capa de nieve y sobre ésta dispuse roja jalea sin frutas para que pareciera la lava que escurría derritiendo la nieve. Pensé darle otra forma, un poco erótica, pero me arrepentí. Listo el postre, al refrigerador.
Ahora, para el aperitivo, realmente no había alternativa. Con dos limones, y por lo demás demasiado chicos, no alcanzaba para hacer pisco sour, que es lo que a ella le gusta o en su defecto le gusta el champagne, pero hoy ninguno de los dos. Nos tendremos que conformar con piscola (pisco y bebida cola).
Molí el queso fresco que había comprado en la mañana, le agregué aceite, pimienta y eneldo: Lo mismo hice con el paté, solo que a este lo aliñe con orégano, estragón y unas hojitas de romero bien molidas; para darle una consistencia mas cremosa en lugar de aceite le agregué un poco de ese licor que tenía guardado: ginebra; quedo una pasta de chuparse los dedos, la recomiendo. Con estas pastas, las aceitunas y las galletitas para acompañar las piscolas ya no se podía pedir más. Para que los vasos de aperitivo no se vieran tan simples se me ocurrió cortar unas rodajas de limón, macerarlas un rato en ginebra y luego llevarlas al campo de hielo sur que tenía en el freezer. Con estas iba a adornar los tragos.
Luego pelé y corte los tomates, lavé la lechuga hoja por hoja y deje las ensaladas listas para aderezarlas en el momento de servirlas.
Ya tenía todo preparado, no sería un almuerzo de lo mejor, pero considerando las circunstancias…
Hora de bañarme, afeitarme, cambiarme de ropa y poner unas gotas de colonia en ciertos lugares que en estos casos se consideran estratégicos.
Cuando estaba en la ducha, pensando en el almuerzo, en el aperitivo y en la suavidad de la piel de la musa que llena páginas en mi novela otoñal, me llamó la atención el inusitado movimiento que se estaba produciendo en el primer piso, en el patio de los dueños del gato gordito. Estaban llegando visitas, los saludos eran muy efusivos y alegres.
Terminé de bañarme, afeitarme, un poquito de desodorante por aquí, un poco de colonia por allí, otro poco por acá; me cambié de ropa, no sin antes cambiar de bolsillo la píldora milagrosa de color azul, esa del mismo color del equipo de fútbol de mis amores, el que no esta tan milagroso últimamente; quizás algunas dosis de esta pastillita a sus jugadores no les vendría mal. A propósito de que he dado algunas recetas para hacer un rico almuerzo, en situaciones de escasez, también recomiendo a mis colegas jubilados que cuando compren este invento maravilloso para los viejitos, no lo pidan en la farmacia por el nombre de fantasía que se ha hecho mas conocido, sino que por el nombre especifico de la droga, el cual es: Sildenafil, repito: Sildenafil. Hay muchas marcas en el mercado y por supuesto mucho más barato e igual de efectivo. Consideren que las pensiones son escuálidas y las necesidades hay que satisfacerlas; aunque sea una vez al mes, lo cual malo no es.
La una de la tarde. Fui a la cocina revisé mi pastel, que estaba en el horno esperando el calor para cocinarse, se veía muy bien. El ambiente estaba muy agradable. El gato gordito seguía acurrucado con los ojos entreabiertos allí en la rama del árbol, observando y vigilando su feudo gatuno, esperando una gatita, igual que yo.
Dispuse una bandeja con las pastas que había preparado, las aceitunas, las galletitas, vasos, el pisco y la gaseosa; llevé todo esto al comedor y encendí el equipo de música y sintonicé la radio Corazón. Estuve a punto de tomarme un combinado de ginebra con bebida cola, ginecola lo llamo yo, por lo demás muy bueno, pero me acordé que no debía hacerlo, puesto que, el alcohol, al igual que las grasas, inhibe los efectos de la “azulita”, por lo tanto me abstuve de aplacar mi sed.
Revisé el postre, noté que la lava estaba escurriendo muy rápido por las laderas nevadas de los volcanes, así que opte por llevarlos al campo de hielo sur del freezer para que también lograran cierta dureza o consistencia y la lava no escurriera antes de tiempo.
Estaba en el campo de hielo cuando sonó el timbre, fue el detonante para que mi volcán interno entrara en actividad; por la ventana vi. que el gato también reaccionaba al sonido del timbre, levantando la cabeza y oteando detenidamente la extensión de su horizonte.
Saludos efusivos, un abrazo apretado, un beso largo como el mes que había transcurrido sin vernos, un torrente de preguntas y respuestas mutuas, miradas complacientes y caricias apresuradas. Me dije: tranquilo hombre, la tarde es larga.
Momento de… preparar las piscolas para el aperitivo y también encender la llama…la llama del horno por supuesto, para que se comience a cocinar el rico pastel de jurel. Le comenté lo que le tenía preparado para comer, ante lo cual respondió:
¡que rico!, hace tiempo que no como pescado.
Pues, ahora te vas a deleitar con este pastelito que te prepare- le dije.
¡Rico! ¡Rico! Volvió a repetir.
Me dispuse a preparar el trago. Dos vasos altos, de esos para trago largo, dos cubos de hielo por vaso, una medida de pisco, dos medidas de bebida y una torreja de limón, impregnado en ginebra (puede ser otro licor aromático) congelado en el freezer.
El pisco que yo tenía era de uno de los valles nortinos, no recuerdo cual. No importa, puede ser de cualquier valle, tal como: Limarí, Elqui, Huasco o Copiapó, todos son buenos y exquisitos. El ideal para piscola es el de 35 grados. Los de 40, 45 o mas grados es mejor tomarlos puros y bien helados, a lo sumo agregarle unas gotas de limón. Usar de estas graduaciones para piscola es un crimen, es lo mismo que hacer una chupilca o un jote con un cabernet souvignon gran reserva cargado de estrellas o medallas. Se entiende si que este es mi gusto y preferencia, no pretendo pontificar en ello; pues, en el arte de la gastronomía, si bien es cierto hay tendencias y sugerencias no se deben considerar reglas estrictas, todo depende de gustos, costumbres, paladar y circunstancias. Por ejemplo: a mí, el pescado me gusta con vino tinto, aunque la mayoría dice que debe ser con vino blanco; ¿por qué?- pregunto yo- ¿Y si no hay vino blanco, no puedo comer pescado?.
Bueno, basta de recetas, vamos al aperitivo, vamos a las piscolas. Mientras las preparo, ella recorre el departamento, reconociendo sus dominios, buscando celosamente algún vestigio de otros enfrentamientos. ¿De donde? Si al viejo general, ya cansado, le quedan pocas batallas que librar y solo la espera a ella. A propósito ya era la hora de ingerir el condimento que animaría el próximo combate. La tomé con un poco de gaseosa, antes de que ella terminara su inspección, no quería que me viera que la estaba tomando; de todas maneras ella sabe que lo hago, incluso muchas veces me pregunta si ya la he tomado. Es bueno que la mujer sepa de esto para que no exija al viejo pensando que es un supermacho y además para que le haga propaganda con sus amigas, no me refiero al viejo, sino que al producto farmacológico.
A mi vaso le eché una pizca de pisco, pues como el alcohol inhibe el efecto, no quiero pasar vergüenza; ya llegará el momento de tomarme una, dos o tres piscolas normales, esto después de…una…dos…tres…
¡Ricas las pastas! Exclamó, ¿Dónde las compraste?
Le expliqué que eran de mi invención, a lo cual me felicitó de una manera muy efusiva, parece que los condimentos que le agregué y la ginebra, realmente tienen efectos afrodisíacos.
El horno, el de la cocina, comenzó a esparcir en el ambiente un grato aroma. El pastel de jurel prometía ser un manjar. Fui a la cocina para cerciorarme de que la cocción iba bien; efectivamente iba viento en popa, como todo en aquel momento, buen barco con buen rumbo; rico aperitivo y apetitoso rancho; excelente capitán y mejor cocinero y además tripulación hermosa, dispuesta y complaciente. Mejor imposible.
Me pareció que mi amigo gatuno, que aun seguía acurrucado en su rama del árbol, me hacía un guiño de complicidad, por lo tanto también le desee suerte con la gatita que, parece, estaba esperando y que aun no llegaba.,
Con la llegada de Juanita, su inspección, el aperitivo, la conversación y las caricias me había olvidado del ajetreo en el patio del departamento de abajo. Estando en la cocina nuevamente escuché, ya no saludos, sino que mas bien algarabía; cuando me acerqué a la ventana abierta a desearle suerte al gato, de soslayo miré hacia abajo, había bastante gente con copas en las manos haciendo salud; mientras el dueño de casa en un rincón del patio se disponía a encender una de esas modernas parrillas a gas mientras que otras personas en una mesa próxima preparaban la carne para el asado, las longanizas y las empanadas. Se me vino el alma al suelo, mi sabroso pastel de jurel era comida para gato frente a aquella montaña de lomo, costillar, pollo y longanizas. Eso era lo que esperaba el peludo amigo del árbol, ¡el festín que se iba a dar!. Cerré la ventana para no escuchar el bullicio y no sentir los olores que muy pronto iban a opacar los de mi pastel.
Volví al comedor, Juanita seguía deleitándose con las pastas afrodisíacas, su segunda piscola y además chupando una rodaja de limón congelado con sabor a ginebra, la noté muy alegre y con la falda recogida mostrando mucho mas que media pierna ¡Lindas piernas!
No le comenté de la fiesta de abajo, ni del asado, ni del pastel, de nada; me había bajado cierta depresión, por lo cual temí que hasta la milagrosa no hiciera efecto, pero al ver aquellas piernas, algo en mi me decía que todo iba bien. También comí galletitas con aquellas pastas, que parece las voy a patentar por el efecto que notaba en Juanita.
De repente ella se paro y mirándome fijamente me dijo:
-Me estas mintiendo. Tú me estas mintiendo-
-¿Por qué, mi amor? Pregunté asustado, poniéndome a la defensiva, por lo que pudiera venir, se muy bien como se pone cuando algo no le parece bien. Rápidamente para mis adentros, hice un balance, preguntándome que podría haber dicho o hecho que no le pareció bien o que podría haber visto en su inspección ocular del departamento.
Mirándome a los ojos dijo:
-Por que no estas cocinando pescado, estas haciendo asado, siento olor a filete o costillar o longanizas, ¡mas rico todavía!
Y con sus ojos clavados en los míos agregó:
¡Negro mentiroso…pero, negro riiico!
A pesar de haber cerrado la ventana, el aroma de la carne igual se introdujo por, por…no se por donde, la cosa es que el departamento en segundos se impregnó de aquel apetitoso aroma.
Por un lado sentí alivio, no era nada tan grave ni había enojo alguno, pero por otro maldije al vecino por ponerse a hacer asado ese día y aquel principio de depresión anterior, ahora se transformó en deseos de achicarme y esconderme bajo la alfombra, donde Juanita no me viera.
Ella se paro. Rápidamente se dirigió a la cocina y abrió la puerta del horno. Un fuerte olor a pescado se sintió por unos momentos, solo unos momentos, el de la carne era más fuerte y siguió dominando el ambiente. Yo no vi. su cara, pero, me imagino, tiene que haber sido de desilusión y de arrepentimiento por haberme dicho: negro rico.
Con un poco de amargura le expliqué lo que pasaba, abrí la ventana y le mostré el patio del vecino; por largos instantes miró hacia abajo y arriscando la nariz se dio vuelta y me abrazó, no supe si para consolarme o para que yo no viera su cara.
-El que va a echar buena va a ser ese gato que esta en el árbol- dijo.
Volvió a abrir la puerta del horno, aspiró el olor del pastel y mirándome dijo:
-Esta rico y ya le falta poco, pongamos la mesa.-
En silencio pusimos la mesa, parece que ninguno de los dos se atrevía a decir algo. Serví dos piscolas mas, ya no me preocupe de la cantidad de pisco que le eche a mi vaso, me dije, pase lo que pase, total, ya no puede irme peor.
-Salud negra linda- le dije, tratando de esbozar una sonrisa.
-Salud viejo feo- me respondió, dándome un beso en la boca antes de beberse el trago.
Mientras ella seguía sirviéndose lo que aun quedaba del aperitivo, fui a la cocina, apagué el horno y saque el pastel, al trozarlo en porciones despidió un agradable olor, así que lo puse sobre el mueble al lado de la ventana para que se enfriara un poco antes de llevarlo a la mesa y además para que el olor agradable que despedía aminorara un poco el aroma penetrante de la carne asada. También saqué el postre del freezer para que no estuviera congelado al momento de servirlo. Destapé la botella de vino que había traído Juanita, un tinto cabernet digno de un buen filete mignon y la llevé a la mesa.
Juanita estaba con su copa sentada en el living, me paso una piscola, preparada por ella y me invitó a sentarme a su lado; mostrándome toda la tentadora extensión de sus piernas y el insinuante valle de piel morena, que mostraba su blusa entreabierta, flanqueado por la turgencia de sus senos; además su sonrisa me indicaba que ya había olvidado la desilusión del almuerzo. Ante este panorama me volvió el alma al cuerpo, por lo tanto me deje llevar y entre besos y caricias sin darme cuenta me tome la piscola, la cual parece que era más pisco que bebida.
Por unos momentos la algarabía del primer piso bajo un poco de volumen y se escucho claramente la voz de alguien que pedía hacer un salud por el dueño de casa, inmediatamente el inconfundible ruido del descorche de varias botellas de champaña y todos los comensales a coro exclamaron:
¡Salud por el santo! ¡Salud Juan! ¡Salud Juanito! ¡Salud ¡Salud!
24 de junio, día de San Juan, ahí me di cuenta del por que de la fiesta y también en ese momento me acordé que estaba abrazando a Juanita, sin haberme acordado, para nada, que era su día. No supe que hacer o que decir, ella me miró como preguntando: ¿y tú no me vas a saludar? Quizás ella dejo de lado algún otro panorama por pasar ese día conmigo, y yo como si lloviera.
La verdad que no comulgo mucho con eso de los santos, onomásticos y hasta cumpleaños, las fechas se me olvidan, lo cual mas de algún problema me ha traído en mi largo recorrido por la vida.
No me quedaba otra que hacerme el tonto y mentir, como ya lo he hecho otras veces, con otras Juanitas. La abracé fuertemente y le manifesté:
-Feliz día mi negra linda-
-Tú creíste que me había olvidado- dije y agregué- no pues mi negra, como me voy a olvidar, eso nunca; estaba esperando que nos sentáramos a la mesa para hacer un brindis como tú te mereces y además con ese excelente vino que trajiste. Lo malo que se me adelantaron los vecinos e hicieron salud antes que nosotros-
Parece que creyó en mi disimulada sinceridad, porque respondió a mi abrazo y además me brindó otro de sus apetitosos besos. Resulto mí chamullo, parece que es cierto aquello de que: el diablo sabe más por viejo que por diablo.
Al beso siguió otro beso, a una caricia mía, dos de ella, otro beso otra caricia, otro botón de su blusa ampliaba el valle de sus senos, su falda se acortaba o sus piernas se alargaban; mis manos impacientes recorrían aquella hermosa geografía, sus manos también impacientes buscaban su regalo de día de santo. Nos olvidamos de pastel, de asado, de vecinos, de mi olvido. Ni siquiera el gato en el árbol existía en esos momentos. Se silenció el bullicio, se minimizaron los aromas de comida, desapareció la ropa. El sofá del living se brindo para el regocijo de los amantes. El cambio de sábanas estuvo demás.
Pero, a decir verdad, el amante no se portó a la altura de las circunstancias. La “azulita” no hizo el efecto, el de otros encuentros, el esperado por ambos amantes. ¿La culpa? Bueno la culpa fue de los tragos, las grasas de las pastas y las frustraciones que afectaron mi ánimo. Sin frustraciones, sin grasas y sin alcohol se puede transformar minutos en horas de pasión, una, dos y más…ya lo saben aquellos que, alguna vez, repitan mis recetas: tomen precauciones.
Juanita igual me dio un gran beso y me dijo efusivamente:
¡Grande mi negro, eres muy rico!-
Yo sabía que lo hacía para darme conformidad. Bueno, pensé, habrá días mejores. De lo que sí estaba seguro era que ese no era mi día y parece que tampoco lo era de Juanita.
Nos vestimos. Preparé una piscola con el pisco que quedaba y se la ofrecí a ella, yo me preparé una ginecola, con harta ginebra, total ya no tenía restricción para el alcohol y me la tomé al seco, yo sabía muy bien que ese día, por mi lado ya no pasaría nada mas, aunque Juanita me quemara con sus brasas…
-Ya mi amor, sirva el vino que yo voy a buscar el pastel, eso sí, lo voy a calentar un poco por que debe estar frío, tanto rato fuera del horno.-
Entre a la cocina, di un grito y quedé estupefacto, Juanita llegó corriendo asustada.
-¿Qué pasó?- preguntó
De mi boca no salió palabra alguna, solo atiné a señalar la ventana abierta, por la cual en ese momento saltaba hacia su rama el gato maricón que se había comido casi todo mi pastel y en los dos volcanes de postre había dejado impresas sus felinas huellas. Gato de mierda… teniendo filete, lomo y pollo en la parrilla de su casa se vino a comer el frugal almuerzo que con esmero y cariño había yo preparado para mi dulce Juanita.
Definitivamente, no era mi día, me mordí la rabia y traté de aplacar mi impotencia con un vaso de ginebra pura, que quemó mi garganta. Maldije al gato, a los vecinos, al asado, al día de San Juan, a mi escuálida pensión y al sistema. Juanita me miraba con una cara de… no te preocupes, apuré mi trago y nos quedamos por largo rato mirándonos sin decir palabra, hasta que ambos estallamos en una sonora carcajada y nos abrazamos ante la mirada impávida del gato echado en su rama, ahora mas gordito.
Con la propaganda de mi pastel y de mi postre, con el olor a asado que se percibía en el ambiente, con las secuelas del combate en el sofá, nuestros estómagos pedían en forma urgente abastecimiento y sobre todo viendo al gato que se relamía los bigotes. ¡Ojalá le haya gustado mi pastel!
Las ensaladas permanecían en el refrigerador, menos mal. Cocí los dos huevos y las dos salchichas que quedaban y ese fue nuestro almuerzo para celebrar el santo de Juanita, lo único bueno, realmente bueno: el vino que ella había traído; claro, ella esperaba otra cosa de mi parte; algo que estuviera a la altura de aquel vino.
Se fue temprano, que sacaba yo con detenerla mas tiempo si nada, nada mas, podía ofrecerle por ese día.
Como yo sabía que para el próximo fin de semana contaría con platita de la cuenta del banco, ya que me habrían depositado la pensión; cuando nos despedimos en el paradero de taxis, donde la fui a dejar, le dije en voz baja, al oído:
-Mi amor, el próximo fin de semana la espero y le prometo que la voy a atender como a una reina, como usted se lo merece, con todo mi amor y en todo lo que usted quiera.
Me contesto también en voz baja y al oído, para que no oyeran las otras personas que esperaban taxi:
-Déjemelo para otro fin de semana, porque el próximo quiero descansar y además voy ha andar con mi visita mensual ¿ya mi negro?
-Ya mi amor- le contesté de mala gana, pensando en que ojalá pronto le llegue la edad en que ya no reciba esas visitas periódicas, que también alteran mi calendario.
Triste y cabizbajo volví al departamento, pensando en el día negro que había transcurrido, por ello me prometí que esto nunca mas podía pasar: lo juro dije, casi en voz alta, juro y estoy seguro de ello, tan seguro como que me llamo Juan…
Cuando iba subiendo las escaleras, para el segundo piso, observé que la fiesta en el primero aun continuaba y vi. en el patio a la dueña de casa, que con un plato, lleno de trozos de carne y huesos de pollo llamaba:
-Cuchito, cuchito, cuchito, juancho, juancho, cuchito, juaaaancho-
Corriendo llegó el animal, como si estuviera muerto de hambre y por lo que me di cuenta, también estaba de santo el gato huevón.


© Derechos Reservados - Vicente Herrera Márquez - Nº 166350 - Chile