jueves, febrero 12, 2015

Dirección equivocada



Vicente Herrera Márquez



—Mami ¿Qué podemos hacer mañana?  —preguntó Patricio, el mayor de los niños, que en la mesa del comedor hacían sus tareas, él las de sexto año básico y su hermana menor Andrea, las de cuarto.
Eran como las ocho de la tarde de un día sábado de otoño bastante nublado y frío que anunciaba posible lluvia para el domingo.
—No sé, mañana es probable que llueva, mejor nos quedamos en casa,  vemos una película y después podemos jugar   —contestó Luisa, la mamá.
—¿Jugar a qué? —preguntó Andrea.
—Bueno, podemos jugar a las damas, al ludo, a las cartas y a ese juego que a ustedes les encanta, el metrópolis  —dijo la mamá.
—No, esos son juegos anticuados mamá, en ese caso jugamos en el computador, pero estamos cansados de jugar, queremos salir  —respondieron prácticamente a coro los dos niños.
—Ya, ya, cuando entre el papá le preguntamos qué podemos hacer o dónde podemos ir.
—¿Y dónde está el papá?
—Anda en la bodega buscando leña para encender la chimenea.
—Ah que bueno, porque tengo frío  —dijo Andrea.
Cuando entró el papá con leña ambos niños se ofrecieron para ayudar en la ceremonia de encendido de la chimenea, buscaron papel y ayudaron a elegir las astillas más delgadas para poder iniciar el fuego. Pusieron el papel y las astillas en forma de pirámide, luego el papá puso los troncos y encendió el papel, rápidamente ardieron las astillas y prendieron los troncos secos de eucalipto.
—Papi mañana va a llover ¿Dónde podemos ir?  —preguntaron los niños.
—Si va a llover, mejor nos quedamos en casita   —respondió Alfonso, el papá.
—No, salgamos, salgamos mejor.
—Bueno, salgamos   —dijo él mirando a su esposa—. Vamos a ver al abuelo.
—¡Pucha, al abuelo otra vez! Si lo vimos hace dos semanas y el mes pasado también  —dijo Patricio con un dejo de fastidio.
—Quiero decir  al otro abuelo, a tu papá   —dijo Alfonso mirando a Luisa, su esposa.
—Tienes razón  —dijo ella—  hace tiempo que no lo vamos a ver. Ya, no se hable más, mañana vamos a ver a mi papá. Me gustó la idea.
De no muy buenas ganas los niños aceptaron,  pero se conformaron y hasta se alegraron cuando les ofrecieron que después de ver al abuelo pasarían a un mall a comprar las  zapatillas y los jeans que habían visto en la televisión.
El día domingo a las diez ya estaban saliendo de la casa. Alfonso los apuró en salir, quería pasar a un supermercado a comprar comida preparada para llevar, para no complicar al su suegro con las visitas inesperadas. Le había dicho a Luisa que lo llamara avisándole que iban para no llegar de sorpresa o ante la posibilidad que no estuviera o por algún motivo no los pudiera recibir, bien sabía Alfonso del genio que se gastaba su querido suegro, aunque también sintió que él, como yerno, era santo de su devoción. Además por ser ambos hinchas del mismo club de futbol.
Luisa le había dicho que no llamaría, justamente pensando en el genio de su padre que por no levantarse más temprano y no hacer un poco de aseo del departamento podría inventar cualquier excusa o “chiva” para que no vayan y además ella quería darle una sorpresa.
Pasaron a un supermercado, Alfonso le dijo a Luisa que prefería no llevar comida preparada sino que prefería llevar carne para preparar un rico asado al horno o a la plancha. Alfonso aunque hacía tiempo que  por su trabajo el no iba a ver a su suegro,  se acordaba muy bien que a él le gustaban los asados y que tenía una parrilla o sartén grande y de paredes gruesas (de fierro) especial para poner sobre un par de quemadores de la cocina, incluso le dijo a su mujer que si había poco gas irían a comprar un cilindro.
Su mujer sabiendo del cariño mutuo que existía entre suegro y yerno en ningún momento se opuso a los deseos de Alfonso e incluso entusiasmada ella se ocupó de elegir las verduras para preparar las ensaladas y los elementos y aliños necesarios para hacer un buen pebre a la chilena como le gustaba a su padre. Hasta los niños estaban entusiasmados y ellos eligieron un rico helado para el postre. Todo esto lo completó Alfonso con un par de botellas de un buen vino tinto, de la marca y cepa que le gustaban al viejo cascarrabias.
Poco antes de las once de la mañana ya iban rumbo a la villa situada en otro extremo de la ciudad donde el padre de Luisa arrendaba desde hacía muchos años un pequeño departamento, desde aquel año que se había separado de  su madre y se había ido a vivir solo. A veces no tan solo, era un caso especial su padre y ella lo comprendía o al menos trataba de comprenderlo.
Llegan, se estacionan y mientras Alfonso carga las bolsas con todo lo que compraron y cierra el auto, Luisa  con los niños suben rápidamente las escaleras hasta el tercer piso donde vive el padre y abuelo.
Llegan al departamento tocan  y sale una niña de unos 13 años a abrir , Luisa se extraña, pero conociendo a su padre todo puede ser. Pregunta por el nombre de su padre y la niña le dice que ella no sabe y que mejor va a buscar a su mamá.
Mientras esperan observa que la puerta fue cambiada y que tiene dos cerraduras grandes y firmes, es de las llamadas puertas de seguridad. Esto le llamó la atención aunque  su padre más de alguna vez le había hablado de cambiar la puerta original demasiado frágil por una que brinde mayor seguridad considerando la situación actual de la delincuencia, los asaltos a personas solas y viejas y el hombre precavido no escapaba a estos temores.
Llega la madre de la niña, una señora un poco mayor que ella y le vuelve a preguntar por el nombre de su padre, la mujer  le contesta que  allí no vive ninguna persona con ese nombre, que ellos ya hace casi dos años que viven allí  y son ella su marido y dos hijos adolescentes.
Alfonso cargando las bolsas con el almuerzo va llegando en ese momento y pregunta a su mujer:
—¿Qué está pasando, dónde está mi suegro?  Quiero darle un abrazo.
—No sé qué pasa, esta señora me dice que su familia vive aquí y que no conoce a mi padre. Y no creo que me haya equivocado,  lo único distinto es la puerta.
Alfonso observó detenidamente el lugar, luego la puerta con dos cerraduras y manifestó:
—Sí, la puerta es nueva, pero aunque son todos iguales, el edificio y el departamento es el de tu padre, no creo equivocarme.
—Por favor Sra. No tenga temor en decírmelo —dice Luisa— soy su hija y conozco muy bien a mi padre y sé cómo es… hace muchos años que mi padre vive aquí, no me importa si ustedes están viviendo con él.
—No Sra. Se equivoca, aquí vivimos solamente nosotros, espere voy a llamar a mi esposo, creo que él podrá darle más información.                                                                                                                            
Llega en esposo y después de que su mujer lo pone al tanto de la situación recuerda que poco antes que ellos compraran aquel departamento allí vivía un señor anciano, que había fallecido a causa de un asalto en el cual un par de delincuentes habían roto la puerta y lo habían asaltado, y que al oponer resistencia lo hirieron de gravedad  lo que  después de  una semana sin recuperar el conocimiento había causado su muerte en el hospital. Les comentó que al poco tiempo de aquel acontecimiento  ellos habían comprado el departamento que estaba desocupado y lo primero que hicieron fue instalar una puerta nueva y con doble cerrojo puesto que nadie sabe lo que puede pasar y que como él trabaja fuera de la ciudad quiere que su familia esté bien protegida.
—Nunca supe como se llamaba ese señor, si quieren preguntemos a los vecinos que viven aquí hace muchos años ellos se deben acordar.
—No  se preocupe, la verdad es que mirando bien el entorno y como todos los departamentos son iguales parece que realmente me equivoqué,  ahora me parece recordar que es en la entrada que sigue a la derecha   —explicó Luisa   —Ustedes perdonen por la molestia que les causamos. Vamos a buscar en el edificio que sigue.
Se despidieron y se retiraron, ya en el auto Alfonso preguntó…
¿Qué hacemos ahora, vamos a buscar en la otra entrada?
—¡Noooo!   —respondió Luisa— . Volvamos a casa.
—¿Entonces no  vamos a ver al abuelo?  —preguntaron los niños.
—No, volvamos rápido a casa. 
—¿Por qué mamita?  —insistieron los niños—. Queremos ver al abuelo y tenemos hambre, queremos comer asado.
—¿Por qué?  —también preguntó Alfonso.
Ella miro a los niños y a su marido y rompiendo en llanto desconsolado les dijo:
—El abuelo ya no está, no me equivoqué, ese era el departamento de mi papa.

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