lunes, abril 24, 2006

Skypéame

Vicente Herrera Márquez

¡Bhuu! cortó, tan bien que estábamos conversando y pasando la tarde, bueno mañana la llamo a ver si quiere que sigamos platicando a través del Skipe. No alcancé a preguntarle si esto es actual...

En una ciudad del sur, puerto del Océano Atlántico, donde casi todos los días sopla un viento fuerte, una tarde de otoño, mujer escucha en su computador un:
-Hola. ¿Cómo estas?-
-Y contesta:
-Bien.- ¿Y tú?- ¿Quién eres?
-No te acuerdas, hablamos anoche.-
-¡Ahhh! Ahora me acuerdo, tú eres de esa ciudad del norte a orillas del Pacífico...-
-El mismo y si no crees comprueba la dirección IP-
-A ver espera unos momentos...sí aquí esta... estamos bien distantes uno de otro, pero dime: ¿Porque no pones tu nombre, tu edad u otros datos en tu perfil?-
-Prefiero el anonimato, la incógnita y así abrir caminos a la imaginación.-
-No me gusta, prefiero saber con quien me comunico, tu ves que yo coloco mi nombre completo, mi e-mail, mi fotografía actual y mi edad real...-
-Y te ves muy linda en esa fotografía y tienes la edad precisa-
-¿Edad precisa? ¿Y para que?-
-Y, bueno para...para que conversemos, digo yo...-
-Bueno, entonces conversemos.- ¿Qué estas haciendo?-
-¿Quieres que te cuente lo que estoy haciendo?-
-Si cuéntame, quiero saberlo-
-Bueno te voy a contar, voy caminando por...
-¿Caminando?-
-Bueno, imagina que puedo ir con un equipo movil o... es lo que te decía, dale rienda suelta a tu imaginación.
-Te voy a seguir la corriente imaginemos. ¿Qué mas?-
-Dime: -¿Hace rato que llegaste?-
-Si ya hace como dos horas, hace frío, y esta por llover, menos mal que dejo de soplar el viento que en la mañana estuvo muy fuerte.-
-¿Estas tomando mate?-
-Si-
-¿Sola?-
-Sí, sola-
-Espérame, voy para allá para tomar unos mates contigo-
-¿Qué? ¡ahh ya, entiendo. Bueno ven te espero ja ja ja ja. Pero ven rápido y pasa a comprar facturas, me gustan con crema pastelera ja ja ja ja ja ja-
-A ver si me acuerdo como llegar, me dijiste que vivías en el barrio....en el barrio...-
-¿Te lo dije?-
-Sí, anoche cuando hablamos.-
-¿Anoche? Ah si, ahora recuerdo. Jardín del Mar, así se llama el barrio...-
-Eso, Jardín del Mar, sabía que era un jardín, pero no recordaba de donde-
-¿Dónde estas ahora?-
-Estoy lejos pero voy a llegar en pocos minutos...sigo caminando, mejor voy a correr.-
-Ja ja ja ja ja ja-
-Por que te ríes.- ¿No me crees?-
-Quisiera creerte, me gustaría conocerte. Te encuentro simpático, por lo menos me estas haciendo reír y falta que me hacía, puesto que tuve un día muy atareado en la oficina y además una discusión tonta con la jefa, vieja jodida que ya no la aguanto, cualquier día de estos la voy a mandar al carajo...-
-Ya pues, no estés enojada, al mal tiempo buena cara y aguanta a la vieja tal como aguantas ese viento, también jodido, que hay en tu ciudad.-
-¿Cómo sabes del viento? Si tienes razón es mejor aguantar, los tiempos no están para quedar sin trabajo y menos por discutir con una vieja pesada que algo le esta faltando.-
-¿Qué le esta faltando?-
-Supongo que algo le falta, por el genio que tiene.-
-Cuéntame ¿Y a ti no te falta nada?-
-Mmmmm ji ji ji ji ¿Qué crees tú?-
-No se, te pregunto. Todos tenemos siempre alguna carencia, también yo, pues algo creo que me esta faltando...-
-¿Qué te esta faltando?-
-Mmmmmm ja ja ja ja ja ¿Qué crees tú?-
-¿Qué haces?-
-Sigo caminando, ya estoy cerca de tu casa.-
-Si claro, voy a hacer como que te creo. Me esta gustando el jueguito.- ¿Dónde estas?-
-Ya estoy en tu barrio, voy caminando por la calle Del Parque...-
-¿Qué calle?-
-Calle del Parque.-
-Oye, esa es la calle principal de mi barrio-
-Linda la calle, estoy entre Las Acacias y Los Naranjos-
- mmmm, este...-
-¿Cómo dices, no te escucho bien. ¿Tú me escuchas?-
-Si. Si, pero...-
-¿Pero que?-
-Pero ¿Cómo sabes de esas calles? ¿Estas con un plano? Eso esta cerca de mi casa.-
-Entonces voy bien, o sea que te voy a ver luego. Ahora voy cruzando una calle ancha que se llama, se llama, espera voy a leer el letrero, se llama Paseo de las Rosas.-
-¡Oooooh! ¿Tú conoces este barrio? ¿Cómo sabes el nombre de las calles? ¿Estas con un plano?
-Bueno fácil, si voy caminando por ellas y veo los letreros en las esquinas.-
-Oye no puede ser...hay algo raro, me estas asustando... ¿Estas viendo un plano?-
-Ahora sigo por el Paseo de las Rosas hacia la avenida ancha, allá al fondo donde se ve bastante movimiento de vehículos....-
-Esa es la Avenida Central, la que va hacia el centro de ciudad... no, no debo caer en tu juego.-
-Voy a cruzar una calle mas angosta que tiene una corrida de árboles altos, parecen pinos..., no veo el nombre, los árboles hacen mucha sombra.-
-¡Los Pinos!, esa es mi calle, ahí vivo yo. No, no te creo, no puede ser, me estas mintiendo.-
-No pues, porqué te voy a mentir, no hay razón para ello.-
-¿Tu eres vidente o algo por el estilo? ¿O me estas tomando el pelo? Pero es que todo es tan real que no se que pensar.-
-No. No soy vidente, ni adivino, ni brujo, ojalá lo fuera, simplemente estoy en este barrio tuyo que por lo demás es muy lindo. Tu casa debe ser esa que esta en la vereda norte de la calle Los Pinos, antes de llegar a Los Limoneros, esa de reja verde...-
-¡Ayayay! ¡ayayay! No puede ser... no puede ser... me estas mintiendo, estas jugando conmigo.... Sí, esa es mi casa. Cómo puedes saberlo si tú nunca has estado por acá. ¿O si?-
-No mujer, nunca he estado por aquí y no estoy jugando. Pero espera un poco mas, me olvide de pasar a comprar facturas voy a ese negocio que esta en la esquina de la avenida Central con el Paseo de las Rosas, me imagino la misma esquina donde tú tomas por la mañana el colectivo que te lleva al trabajo.-
-Sss... Estoy cayendo en el jueguito... No me explico como puedes saber tanto si tú no conoces esta ciudad y además estas lejos. Nunca me has visto, no puede ser. Por favor dime la verdad....-
-¿Qué verdad? La verdad es que ya compre las facturas, no había con crema pastelera, solamente con dulce de leche, espero que igual te gusten. Ahora voy para tu casa, esta haciendo bastante frío y parece que la lluvia ya se larga, parece que va a ser fuerte el temporal y yo me vine con camisa delgada, un chaleco de hilo liviano y con zapatillas de lona, parece que esta noche voy a tener que quedarme en tu casa, ¿Qué dices?¿Me dejas quedarme contigo?-
-No se, no se, no se que decir. Esto no puede ser, ya estoy imaginando que en estos momentos vas a llamar a mi puerta y no se como voy a reaccionar...debo estar soñando, pero te estoy escuchando y algo me retiene y no puedo cortar.-
-No, no estas soñando mujer, vas a ver que en unos minutos estoy contigo y todo es realidad y espero que sea una dulce realidad igual que las facturas que compré, esas con dulce de leche.-
-A ver, a ver... no se... bueno ya que eres vidente dime, realmente no me atrevo a preguntar, me da miedo, pero dime ¿Qué llevo puesto?-
-¿Qué llevas puesto? ¿Te refieres a ropa?-
-Si-
-A ver, a ver, llevas, llevas, la verdad no puedo visualizarte muy bien y como ya te dije no soy vidente ni brujo, solo veo lo que veo.-
-Entonces me has estado mintiendo todo este rato. Pero... no, no creo, por que todo lo que has dicho es real, pero ahora me entran dudas, no puedes saber que es lo llevo puesto.-
-La verdad que no alcanzo a distinguir muy bien pero parece que llevas un pijama de dos piezas de color claro y una bata hasta la rodilla con flores azules, verdes y amarillas....-
-Ja ja ja ja ja te equivocaste, hasta aquí llego tu jueguito, menos mal que te pillé, por que la verdad es que me tenias sumamente asustada, ya no sabía que pensar...-
-Voy llegando a tu puerta, lindo tu antejardín, se ven preciosas las lavandas del rincón
y también esta hermoso ese macizo de petunias, y ese rosal con flores encendidas es magnífico, se nota la mano de una mujer hermosa y apasionada....-
-Si, claro ahora te sigo, solo estas adivinado. Gracias, me gustan las plantas y las flores, sobre todo me gusta la naturaleza... ves otra vez estoy cayendo en tu juego, pero no se ya que pensar, si mi jardín realmente es así.
-Espera, espera, espera mujer ahora veo mejor, realmente ahora te veo bien. Las flores de colores azules, verdes y amarillas no son de una bata ¡Son las cortinas! ¡Ahora te veo bien! ¡Ahora si!, estas parada frente a la ventana, al lado de esa lámpara de pie, solo llevas una bata transparente y en este momento la llevas abierta por delante y veo unas redondeces exquisitas, unos muslos blancos, tentadores y un monte sublime... ¡aah que belleza es la que estoy viendo!...-
-No. No. No puede ser... no puede ser...es cierto que me estas viendo... pero esto no esta pasando....Por favor no sigas, no sigas.... ¿Que hago, que hago? Voy a cortar... voy a cortar....-
-Estoy en la puerta voy a tocar el timbre.....-
-Por favor no, no por favor, voy a cortar, voy a cortar, tengo que cortar...-
Pipipipipipipip.....se escucha el sonido de una comunicación al cortarse o ¿Es el sonido del timbre de la puerta de una casa, en una calle de un lindo barrio, en una ventosa ciudad del sur?
© Derechos Reservados - Vicente Herrera Márquez - Nº 166350 - Chile

miércoles, abril 19, 2006

Viaje de vida y vuelta

Vicente Herrera Márquez

Es un día de verano, de calor sofocante. El sol de las tres de la tarde arroja sus rayos, casi perpendiculares, sobre los bien cuidados prados del parque, enclavado en los faldeos de la pre-cordillera. Algunas aves, en realidad muy pocas a esa hora, sacuden levemente el follaje de los bellos árboles que lo adornan. Especies nativas como peumos o arrayanes o exóticas como castaños de la india, tujas y abedules, se yerguen elegantes. Manchones de vistosas flores de temporada, como petunias, vinkas, orejas de oso, bordeadas de allíssiums y aghateas, matizan las grandes extensiones verdes. No hay brisa alguna, es la gran ausente. El silencio lo interrumpen los pocos visitantes que buscan la sombra densa de un aromo o la tenue de un jacarandá.
Se escucha a lo lejos un rumor que comienza a alterar la tranquilidad del parque.
Son puntuales. A las quince horas, se leía en el obituario del periódico: serán las exequias del importante hombre de negocios, ejemplar jefe de familia, distinguido vecino e intachable servidor público, fulano de tal y se realizaran en el cementerio-parque ubicado en determinado lugar.
Es un largo cortejo el que llega: dos lujosas carrozas, enormes, repletas de coronas multicolores; una elegante limusina; autos modernos de conocidas marcas y modelos; mas atrás autos menos vistosos y cierra la comitiva un microbús amarillo.
De la limusina bajan los que deben ser los parientes más cercanos, mujeres y hombres de riguroso luto. Ellos con corbata negra, ellas con sombrero y velo negros y además todos con anteojos oscuros. De los otros automóviles bajan hombres, mujeres y niños, todos vestidos formalmente a pesar del calor reinante; entre ellos se distingue un sacerdote católico. Los últimos que se van agregando a la marcha por los senderos del cementerio son personas más sencillas, muchos con jeans y en mangas de camisa. Cierra la comitiva un grupo considerable de jóvenes, aparentemente de un club, ya que todos visten una camiseta deportiva de igual color y además portan un estandarte.
Después de transitar por distintos senderos bordeados de verde y abrazados por la canícula estival, llega el cortejo a un gran prado donde se destaca un toldo de lona, también verde, que da sombra a los deudos, parientes y amigos más cercanos. La gran mayoría debe soportar la implacable agresión del sol.
El primero en hacer uso de la palabra, luego de un responso religioso, es el sacerdote, que con palabras repetidas decenas de veces, destaca a grandes rasgos las cualidades del fallecido: buen padre, mejor esposo, excelente abuelo, devoto creyente y activo colaborador de las obras de la parroquia.
Luego le toca el turno a un miembro de una colectividad política, por la cual el occiso demostró alguna afinidad. Después de recalcar lo dicho anteriormente por el cura, agrega a ello, las cualidades de rectitud, entrega y probidad que demostró en su vida como miembro activo de la comunidad.
Le corresponde continuar, en los discursos, a un socio del club ecuestre, al que perteneció el difunto. Alaba las dotes de deportista que éste tenía, su amor por los caballos, su pasión por el rodeo, sus conocimientos enológicos, además con ello recuerda a los presentes la ascendencia de familia tradicional, propietaria de caballos y viñedos en la zona de Colchagua.
También hace uso de la palabra, alguien que se dice amigo y compañero de colegio y universidad, el cual recuerda situaciones vividas juntos; los honores obtenidos, el exitoso desempeño de su carrera y alguna anécdota en la antigua escuela de ingeniería de la calle Beauchef.
Al parecer ya nadie más, de los que están en primera fila, quiere decir algo; por lo tanto puede al fin acercarse al pequeño estrado de los oradores, el representante de los trabajadores de la empresa propiedad de la familia del difunto. Recuerda, como empleado antiguo, los inicios difíciles de la entonces pequeña fábrica textil, a mediados de la década de los cincuenta; los obstáculos que tuvieron que sortear, los momentos de incertidumbre, las dificultades políticas de los años setenta, las crisis económicas. Pero como, a pesar de todo ello, con la fuerza y voluntad del fallecido en conjunto con todos sus trabajadores, a los que él quería como si fueran su familia, lograron vencer todas las barreras y hoy agradecidos son parte de una gran empresa.
A ésta altura del sepelio, ya muchos, tanto deudos directos, familiares, amigos y otros asistentes, comienzan a impacientarse, sea por lo lato de los discursos, sea por el calor reinante.
Un hombre de avanzada edad, de espalda encorvada, vestido en forma humilde, apoyado en un bastón, que se encuentra entre los asistentes; que escuchó pacientemente todos los discursos y que comenzaba a dudar de que fuera el amigo de tantos años y de tantas correrías a quien estaban despidiendo, después de oír al representante de los trabajadores se da cuenta de que sí es su amigo. Sí, realmente es su amigo, quien yace en el lujoso ataúd que espera entrar por la boca de la tumba abierta en el verde prado y fue lo dicho por el viejo trabajador lo que lo anima a acercarse y solicitar le permitan decir algunas palabras, aduciendo ser un amigo de toda una vida.
Los deudos no prestan atención a su pedido y lo ignoran, salvo dos personas: un joven, aparentemente, nieto del occiso, elegantemente vestido con traje, corbata y lentes oscuros y una muchacha de unos dieciocho años, vestida con jeans ajustados, blusa blanca, lentes no tan oscuros y un pañuelo negro amarrado en la muñeca izquierda; los que sí se interesan en aquel hombre que espera una respuesta para despedirse del amigo.
El anciano sigue insistiendo en la amistad que lo unía al muerto y en su deseo de decir algunas frases de recordación y despedida, más nadie le presta atención.
El cura dice una última oración y todos comienzan a retirarse.
En menos de quince minutos ya se han retirado todas las personas de negro y las de tenidas formales. Solo quedan los jóvenes deportistas del microbús amarillo, entre los que sobresale alguien de cabellos muy canos; también un señor de unos cincuenta años en una silla de ruedas junto a un muchacho de mas o menos catorce años; dos mujeres de mediana edad, que se encuentran un poco alejadas a la sombra de un solitario jacarandá en medio del prado; antiguos trabajadores de la empresa; el anciano amigo que había querido decir algunas palabras y los dos jóvenes que habían querido oír lo que aquel quería expresar.
El joven de traje negro se acerca a los encargados de cubrir la sepultura y les pide esperar un poco mas, luego sacándose los lentes y la corbata se acerca al hombre viejo y le pide que diga lo que al parecer todos los que allí se encuentran, quieren escuchar.
El anciano, con paso lento, se acerca al féretro, carraspea, levanta la cabeza y deposita en los presentes una mirada tranquila y serena; trata de hablar pero no puede. Nuevamente carraspea, traga saliva y de su boca comienzan a brotar estas palabras:
-Amigo mío, casi medio siglo ha pasado desde la última vez que nos vimos, allá en un terminal de buses en una ciudad del sur argentino. Por la prensa me enteré de tu partida de este mundo y a pesar de los años transcurridos quise venir a despedirte, a desearte buen viaje por los caminos del retorno. Retorno, que más tarde o más temprano, todos debemos emprender. De la tierra nacemos y a la tierra tenemos que volver.
Cuando llegué aquí, a éste, ahora tu parque, y vi. la cantidad de gente que venía a despedirte o a dejarte a este lugar, pensé que no iba a poder hablar contigo, por lo tanto me arme de la paciencia que he juntado en casi un siglo de estadía en esta vida y me dije: voy a esperar que se acaben los discursos, que se acallen los llantos, que se aleje la pompa y cuando quedemos solos vamos a recordar ese otro medio siglo que al trote o galopando recorrimos, acortando distancias, gozando la libertad y girando a cuenta de nuestra, entonces, eternidad.
Pero como muchas otras veces, me equivoqué, al parecer no soy el único que quiere estar más tiempo contigo. Somos muchos los que aquí aún estamos presentes y lo más probable es que seremos los únicos que seguiremos estando contigo o tú estando en nosotros.
Por eso, amigo mío, quiero compartir con todos los que en este momento nos rodean, un poco, o mejor dicho, lo poco que recuerdo de aquel otro medio siglo que no conocen y que no quisieron conocer los que se retiraron.
Allá por el año 1920, ya corríamos juntos tras un volantín y ensuciábamos nuestras rodillas jugando a las bolitas o éramos cómplices en las bromas que hacíamos a nuestros compañeros del cuarto año en aquella escuelita primaria en San Fernando. Siempre recuerdo aquella vez que pusimos una lagartija muerta en el bolsillo del hijo del turco, dueño del almacén; o la vez que dejamos encerrada en el baño, a la hora de salida, a la Maria Luisa, hija de la modista y tantas otras bromas que solo a nosotros se nos ocurrían.
Cuando terminamos el sexto año de enseñanza básica, nadie, ni nosotros, pensamos que tendríamos que seguir estudiando. Ambos sabíamos lo que nos esperaba, esto era trabajar; ya que nuestras familias eran de origen campesino, pobres, labradores de la tierra, cosechadores de la tierra, hijos de la tierra, pero no dueños de ella.
Tú vivías con tu padre, tu madre y dos hermanos. Yo vivía solo con mi madre. A mi padre nunca lo conocí, mi mamá siempre me decía que se había ido a trabajar a otro país y nunca más se había sabido de él. Recuerdo sí, que siempre tu padre llegaba a mi casa y le llevaba a mi madre alimentos y dinero. Perdona amigo que nunca te haya contado esto. Tú vivías en un extremo del pueblo, yo en el otro.
Muy pronto tu padre te llevó a trabajar con él en el fundo del patrón, cerca de Peralillo. También me llevó a mí. Empezamos ayudando en las siembras y en las cosechas, luego aprendimos la ordeña y el cuidado de las vacas, pronto supimos cuando hay que destetar un ternero y cuando hay que castrarlo para que se convierta en buey.
En las viñas empezamos entresacando hojas y cortando pampanitos; muy pronto supimos que era una cepa cabernet, merlot o semillón y también pronto aprendimos a paladear el sabor de ellas, probando a escondidas, con una manguerita, los mostos que maduraban en las bodegas.
Luego aprendimos de caballos: como amansar un potro, como enseñarles a obedecer el manejo de riendas y las ordenes del jinete; como atajar un novillo en la medialuna; como ayudar a una yegua en su parición y como correr y ganar una carrera a la chilena. Esa en la que solamente compiten dos colleras, cada una: caballo y jinete, cual centauros. De allí tus conocimientos de caballos, de vinos y viñedos. Sí, claro, yo también adquirí esos conocimientos y juntos muchos otros, pero hoy, estamos hablando de ti.
Tu padre, que llegó a ser la mano derecha del patrón, siempre disponía que en todo trabajo estuviéramos juntos y que donde tú fueras o estuvieras, fuera y estuviera también yo. Muchos pensaban que éramos hermanos, a pesar de nuestras diferencias, tu eras mas bien rubio, fornido y alto, en cambio yo bastante mas bajo, moreno y flacuchento; además teníamos la misma edad. Tú tenías la nariz igual a la de tu padre y por extraña coincidencia yo también. El nunca hacía ningún distingo entre los dos.
Gran hombre tu padre. Además de las labores propias del campo, nos enseñó a enfrentar la vida con entusiasmo y alegría; a no aflojar en las dificultades; a mirar de frente y actuar con verdad; a jugársela por un amigo; a respetar a las mujeres y a escuchar a los viejos.
Cuado cumplimos diecisiete, tu padre nos llevó a los dos, un sábado por la noche, por una calle estrecha y oscura en las afueras de San Fernando; golpeó en una puerta de mampara tenuemente iluminada por un pequeño farol, parece que lo conocían y esperaban, ya que el saludo fue muy familiar. Si afuera era oscuridad y silencio adentro era lo contrario: luces, música, jolgorio y mujeres, muchas mujeres. Tu padre se acercó a una de ellas, la de más edad, después de saludarla en forma muy efusiva le dijo:
-Aquí le traigo a mis chiquillos....
Allí para nosotros comenzó otra vida, cuando salimos miramos el mundo con otros ojos, ahora, ya éramos hombres.
Y como hombres nos sentimos dueños del mundo y administradores de nuestra libertad. Nunca nos amarramos a partidos políticos. Nunca nos sometimos a ideologías ni comulgamos con religiones. Nunca fuimos buenos para tomar, solo lo justo y necesario. Sí nos gustó la buena y abundante mesa. Nunca nos atrajo el juego y el azar, mas nos sedujo ganar nuestra plata trabajando. Nunca buscamos camorra ni pendencia. Si por alguna razón había que defenderse o proteger al más débil, éramos leones.
Pero si algo nos gustó en la vida fueron las mujeres, tan bellas ellas, eran tantas, y nosotros solamente dos y queríamos complacerlas a todas.
Con los dieciocho llegó el llamado al servicio militar y nuestro aliado el destino, o tu padre, nos llevó a ambos al mismo regimiento, al de Ingenieros de Puente Alto. Nos toco trabajar en el ferrocarril de montaña que iba de Puente Alto hasta la localidad de El Volcán. Allí trepando la montaña lentamente aprendimos de rieles, durmientes, cremalleras, locomotoras, vagones, desvíos y señales.
En nuestras salidas, ahí a un paso, Santiago nos brindó sus atracciones y su bullicio; sus vitrinas y tentaciones; sus paseos y diversiones; sus luces y sus mujeres, sobre todo sus mujeres. Muchas veces estuvimos a punto de desertar, por causa de alguna damisela prendada de nuestros encantos.
Después de haber cumplido con el deber, encontramos trabajo rápidamente en la Empresa de Ferrocarriles del Estado.
No había pasado ni siquiera un año, cuando tuvimos que renunciar a este trabajo y abordar uno de los mismos trenes, a los que le hacíamos reparaciones en la maestranza de San Bernardo. Con destino desconocido, con rumbo al norte, huyendo de sendos romances que pronto darían su fruto.
Aun éramos muy jóvenes para amarrarnos, queríamos conocer otros lugares, obtener experiencias, ganar plata, sentir la vida, gozar la miel de otros labios… y vaya que la gozamos.
Y así comenzamos a trepar por el mapa de América del Sur, meta para empezar, el norte de Chile, rumbo al Trópico de Capricornio.
Aramos campos y construimos canales en el valle del Limarí. Molimos roca y obtuvimos oro en los trapiches de Andacollo. Fuimos carrilanos en Caldera y Copiapó. Pirquineros en Chañaral. Cargadores en el puerto de Antofagasta. Rompimos la dura costra del caliche en las salitreras: Chacabuco, Victoria y Pampa Unión.
Estando junto al monolito que señala el Trópico de Capricornio entre Antofagasta y la estación Baquedano nos pusimos otra meta: el Ecuador.
Nos embarcamos en Iquique en un barco con sus bodegas repletas de salitre, rumbo al norte, Guayaquil nuestro puerto de destino, comenzamos trabajando en una plantación bananera. Pero nuestros conocimientos de agricultura, viñedos, ganadería, caballos y además los conocimientos técnicos adquiridos en el servicio militar nos abrían las puertas y nunca nos falto trabajo y además bien remunerado.
Estando en Quito, fuimos un día al punto exacto donde la tierra se divide en dos hemisferios: la línea del Ecuador. Allí pensamos que nuestra próxima meta debería ser mas al norte, quizás el Trópico de Cáncer. Después de meditarlo largo rato, decidimos que era mejor comenzar a volver, pero, sin apuro dando una vuelta larga, larga, hasta que la nostalgia nos pidiera apurar el regreso.
Así es como recorrimos Perú de norte a sur: Piura, Chiclayo. Nos desviamos a Iquitos, aquí nos tentó el Amazonas y dos morenas, exuberantes como la misma selva, que eran parte de una expedición de aventureros que recorrerían el gran rió. Nos llevó pensarlo algunos meses. No recuerdo si le tuvimos miedo al rió, a las morenas exuberantes o a los mosquitos, pero al final volvimos a la costa y seguimos hacia el sur. Chimbote, Trujillo, Lima, Cuzco, Arequipa. Un par de años en recorrer Perú, ya habían pasado como doce desde que nos embarcamos en la estación Mapocho, en Santiago, arrancando de un destino para aventurar en otro.
De Arequipa: ¿Para dónde? ¿Volver a Chile? Todavía no. Quedaba bastante por recorrer y nuestros pies y nuestros espíritus aun estaban plenos de juventud. Nos llamó Bolivia a recorrer sus caminos y a conocer sus mujeres.
La Paz, mucha altura, no nos gusto, poco tiempo estuvimos allí, recorrimos el altiplano, Oruro, Sucre, Potosí, un año en Cochabamba y luego nos atrajo Santa Cruz. Nos atrajo la hospitalidad, la alegría y las ganas de trabajar de la gente de esa parte de Bolivia: el pueblo Camba.
Fueron como siete u ocho años allí, tiempo en el que logramos montar una pequeña fábrica de hilados de algodón. Un viejo catalán avecindado en esas tierras, nos enseñó los secretos y las técnicas para trabajar esta fibra vegetal, especialidad que tú llegaste a dominar a la perfección.
Pero algo más había en Santa Cruz que nos detuvo, nos sedujo, y nos atrapó, durante aquellos siete u ocho años que estuvimos trabajando el algodón.-
¿Qué creen ustedes?-
Pregunta el viejo, a todos los presentes, que lo escuchaban atentamente y que parece habían olvidado la inclemencia del sol. Los mira detenidamente, todos sonríen.
-Sí. Eso mismo que están pensando. Eso mismo.
Las mujeres más bellas de Bolivia, mejor dicho, de América del Sur o tal vez del
mundo. Tan bellas, que tan solo por eso, los chilenos deberíamos considerar
devolver territorio, para que las cruceñas tengan playas propias donde puedan mostrarnos sus encantos, y así tenerlas más cerca de nosotros.
Después de ocho años en Santa Cruz, la sirena del tren ya sonaba anunciándonos que era hora de partir. Dejamos la fábrica en buen pie y ya con algún valor a nombre de las dos mujeres cruceñas que dieron descendencia boliviana a estos dos huasos colchagüinos.
Un largo viaje, en un lento tren hasta Puerto Suárez en el límite pantanoso entre Paraguay y Brasil. Cruzando la frontera y a orillas del río Paraguay: Corumbá, Brasil.
Ancho y caudaloso es el río Paraguay. Allí trabajamos en una plantación de algodón, en las minas de hierro y manganeso y también en las jangadas, esto es como llevar un arreo de troncos, aprovechando la corriente del río. Realizando este trabajo al caer de uno de ellos que no pude dominar en un lugar de fuerte corriente, me vi. atrapado en una vorágine de troncos que como animales desbocados venían hacia mi, nada podía hacer y creo que nadie podía hacer algo. Antes que me alcanzaran los troncos, ya desfalleciendo, alcancé a verte, a ti, amigo mío, que te lanzaste a las aguas desafiando la embestida de la jangada.
Desperté dolorido y maltrecho viajando en un tren atravesando Brasil. Tú como si nada hubiera pasado, un par de asientos mas atrás tratando de enamorar una mulata. Nunca te agradecí el que me hubieras salvado de morir aplastado por los troncos, si lo hubiera hecho, no le habrías dado importancia, ya que siempre pensaste que debías protegerme como al hermano menor o al hermano mas débil. Con el tiempo y la vida he llegado a convencerme que tú sabias realmente lo que para mí fue siempre una sospecha.
Brasil, cuatro o cinco años mas, Río de Janeiro, Sao Paulo, Belo Horizonte, Santos, Curitiba, Blumenau. Florianópolis, Porto Alegre, en cada ciudad un trabajo, en cada ciudad una mujer, mulatas en Belo Horizonte, Río o Sao Paulo, rubias hacia el sur.
Montevideo, Uruguay, solamente de pasada, no más de un mes y ningún romance o aventura que nos detuviera por más tiempo.
Cruzamos el Río de la Plata: Buenos Aires. Esta ciudad nos trastornó. Aquí no trabajamos, tampoco descansamos. Las noches fueron días, los días fueron noches. Al ritmo del tango y la milonga hicimos historia en el centro y los suburbios porteños. No recuerdo cuantos meses disfrutamos de parte de nuestras ganancias, pero Buenos Aires, bien valía un Perú.
Aquí, solamente tú, en una de esas noches de largo festín arrabalero, volviste a caer en las redes del amor. Un gran amor…
La meta, hacía ya tiempo que había dejado de ser alejarse, la meta era ahora volver. Pero se acuerdan que habíamos dicho dando una vuelta larga, era el momento, tomar un tren, Buenos Aires­-Mendoza-Santiago y en casa.
Pero nos llamó el viento del sur, el que azota las estepas de la patagonia argentina. En Comodoro Rivadavia se vivía la fiebre del oro negro: el petróleo. Hacia allá partimos los tres, tú, tu mujer y yo, debe haber sido más o menos el año 1943 o el 1944.
Allí, por contactos hechos en Buenos Aires llegamos directamente a trabajar a una compañía de ferrocarriles de la zona petrolera. Al poco andar ya éramos técnicos de alto nivel. Y la verdad es que, lo éramos, ya que la suma de todos los conocimientos logrados en nuestro periplo, eran mérito, mas que suficiente para ostentar hasta el título de ingeniero; título obtenido en el viaje de toda una vida, que juntos hicimos por los caminos sudamericanos y no en la vieja escuela de ingeniería de la calle Beauchef, lugar por el cual solo pasamos alguna vez por sus veredas, buscando la complicidad de los añosos árboles del entonces Parque Cuosiño, hoy O´Higgins, allá por el tiempo de nuestra milicia y nuestros amores de juventud.
Como ocho años más de trabajo duro, sacrificado, pero rentable, era mucho tiempo para ti, no para mí, yo ya quería afianzar raíces, así que partiste tu solo. Tu mujer y tu hija tampoco quisieron seguirte en tu aventura. Tu destino Santiago, entrando a Chile por Coyhaique.
Nos despedimos en la estación de buses, un día de abril, no recuerdo el año, si recuerdo que el sol estaba de un color rojizo y poco alumbraba, eran los días del gran incendio de bosques en la provincia de Aysén, incendio que duro meses y la nube de humo cubría esa zona de la patagonia argentina desde la cordillera hasta el Golfo de San Jorge en el océano Atlántico.
Nunca mas volvimos a vernos, aunque yo siempre busque la forma de saber de ti y de tu vida, como así, también se, que tú te las arreglabas para saber de mi, de tu mujer argentina; la que al poco tiempo de tu partida y hasta su muerte fue mi mujer; de tu hija, de tu nieto inválido y de tu biznieto. Para ellos fui el padre, el abuelo y el bisabuelo, pero nunca les oculté que tú eras el verdadero.
Sé muy bien que al llegar a Santiago, lo primero que hiciste fue ubicar la mujer, mejor dicho ubicaste a las dos mujeres que quedaron embarazadas hacía mas de treinta años, cuando huimos en un tren rumbo al norte y te hiciste cargo de ellas, de tu hija, de mi hijo, de nuestros nietos.
Sé también que tu hija tuvo dos hijos, una mujer y un hombre, tu nieto fue un promisorio futbolista que murió trágicamente en un accidente de aviación y que en su memoria fundaste y mantienes un club que lleva su nombre y aquí están hoy los jóvenes que visten la camiseta de ese club, para mostrarte su respeto y agradecer tu voluntad de que se siga entregando el aporte para mantener en pie la gloria de esa institución. Sé también que tu hija te dio dos biznietos, un hombre y una mujer, ella esta hoy aquí.-
La joven de jeans y pañuelo negro hizo un gesto levantando su mano.
-Aquí, en la silla de ruedas esta tu nieto argentino y a su lado su hijo, ellos también son mi nieto y mi bisnieto.
Con los muchachos del club esta su presidente, ese caballero de pelo blanco, mi nieto, el que tu ayudaste, cuando volviste como si fuera tuyo y que siempre te llamó Tata.
Allí, bajo la sombra de aquel árbol esas dos mujeres hermosas son bolivianas, mejor dicho cruceñas, una es tu nieta y la otra mi nieta, sus maridos dirigen una gran empresa textil en Santa Cruz.
También los trabajadores de tu empresa están aquí, se quedaron para escucharme y así testimoniar el aprecio que te tuvieron.
Esto es lo que puedo recordar de lo que vivimos y pasamos juntos. Se muy bien que hay otra familia a la cual no conozco y a la que le entrego mis condolencias y mi respeto en la persona de este joven que discutió con ellos para que le permitieran que yo dijera estas pocas palabras que todos ustedes tuvieron la paciencia de escuchar. Este joven también ahora lo considero mi nieto.
-Gracias amigos por escuchar, a pesar de este sol que abrasa.
El anciano se acercó al féretro y apoyando una mano sobre éste continúo diciendo:
-Agradezco a la vida me haya permitido estar aquí, para poder rendirte este humilde homenaje.-
-Amigo mío, gracias por ser como fuiste.-
-Gracias por tu amistad.-
-Gracias por darme fuerzas en los momentos de flaqueza.-
-Gracias por arrebatarme de la muerte en las aguas del Paraguay.-
-Gracias por irte un poco antes para poder rendirte este tributo.-
-Gracias por ser mi hermano.-
-Gracias y hasta muy, pero muy pronto, hermano mío, pues yo también estoy llegando al final de nuestro viaje de regreso.
El joven nieto y la biznieta, aquella niña del pañuelo negro en la muñeca, se acercaron al anciano y mientras lo abrazaban fuertemente, el joven emocionado le manifestó:
-Usted realmente conoció al abuelo, le damos gracias por ser su amigo y gracias por permitirnos conocer a dos grandes hombres: nuestro abuelo y su gran amigo y hermano.
Todos los allí presentes, con lágrimas en los ojos y una gran sonrisa en los labios, coronaron la escena con un sonoro: ¡BRAVO! y un fuerte aplauso, que se escucharon en todos los rincones del parque.
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